En las lejanas tierra heladas del norte, en un
lugar desconocido y conocido por muchos como el polo sur se halla un enorme
palacio cubierto de hielo y nieve, donde se está llevando a cabo una importante
reunión para planear la navidad de este año. Yetis y pequeños elfos escuchan
atentamente las instrucciones de su jefe, un hombre robusto y grande de larga
barba blanca llamado Norte, pero más conocido como Papá Noel o Santa Claus. El
hombre daba órdenes claras y precisas a todos los trabajadores para que todo
fuera a la perfección, cuando hubo terminado su trabajo se retiró a su pequeño
despacho decorado con un montón de juguetes que él mismo había creado, allí
Norte se relajaba, pensaba, o nacían sus más brillantes ideas. Pero esta vez el
hombre apenas tuvo tiempo de sentarse cuando la puerta se abrió de repente.
- Hola Norte. - Dijo la esbelta
figura de un joven peli blanco.
- ¡Jack! ¿Cuántas veces debo
decir que llames a la puerta? ¿Qué haces aquí? ¿No ves que estoy muy ocupado
planeando la navidad?
- Si, si, lo sé pero el verano me
aburre un poco ya sabes el calor, el sol... derriten la nieve y podrá cundir el
pánico si provoco una nevada. - Explico mientras curioseaba entre los juguetes
de la habitación.
- Bueno, puedes ir a jugar con
pingüinos u osos polares. - Miró hacia Jack un momento y vio cómo jugueteaba
con una pequeña bola de cristal con polvo dorado y un castillo en miniatura en
su interior. - ¡Ten cuidado con eso Jack déjalo en su sitio!
- Ya... - El joven obedeció y
dejo la bola en la estantería. - Los pingüinos son muy monos pero no es tan
divertido jugar con ellos. ¿No tendrás ningún trabajito de guardián para mi
verdad?
- No. - Norte estaba muy
concentrado tallando una muñeca de madera.
- ¿Sabes? Cuando me convertí en
guardián creí que mi existencia sería más interesante pero desde que nos
cargamos a Sombra no ha pasado nada y sigo haciendo lo mismo de siempre...
- Eso es bueno, los niños están a
salvo, ellos creen y nosotros también estamos a salvo.
- Si, vale, es bueno pero... no
sé... siento que anhelo algo más, alguna aventurilla...
- El verano nunca te ha sentado
bien Jack, bueno, si tanto te aburres te doy permiso para crear una ventisca en
Canadá ¡Pero no te acostumbres! Ahora márchate, estoy muy ocupado. ¡Ah! Jack,
llévate un juguete si quieres, para entretenerte estos meses.
- Si, vale... gracias. - Jack se
giró para abrir la puerta y vio la bola de cristal que Norte le había ordenado
guardar <<Parece que esto tiene cierta importancia>> Pensó.
<< ¿Y si pensara que lo ha perdido? Podría ser divertido, se lo devolveré
cuando se empiece a arrancar el pelo>>. Cogió la pequeña bola y la guardó
cuidadosamente en el bolsillo, Norte ni siquiera le miraba. - Ya me marcho. - Y
cerró la puerta tras de sí.
Ochenta años habían pasado casi desde la
batalla contra Sombra, tal y como había dicho Norte todo estaba en orden y los
niños a salvo, pero Jack extrañaba en cierto modo esos días, el solo tirar bolas
de nieve no le contentaba, a demás su condición de guardián le limitaba mucho
sus travesuras habituales y el contacto con las personas. <<¿De qué sirve
que los niños crean en mi si tengo que esconderme de ellos?>> La fe de
los niños es lo que mantiene vivos a los guardianes, por lo que le serbia de
mucho, pero lo que realmente le gustaba era jugar con ellos, cosa que no podía
ser, ya que entre las normas de los guardianes existe la de no dejarse ver ¿O tú
has visto alguna vez al hada de los dientes?
Finalmente Jack llegó a su refugio; una
pequeña cueva cerca del lago en el que había muerto y renacido. Allí se sentó
en una esquina apoyando la espada cómodamente contra la pared y dejando a un
lado su bastón. Se metió la mano en uno de sus bolsillos, cogió la pequeña bola de cristal y comenzó a
observarla más detenidamente. En seguida se dio cuenta de el alto nivel de
detalle de las figuras que estaban dentro; no solo el castillo, también se
podía ver un plaza con gente, un puerto y montañas a los alrededores, todo ello
bañado por un precioso polvo dorado que caía como nieve al agitar la esfera.
- ¡Cómo se curra este hombre los
juguetes! ¿Me pregunto si ya se habrá dado cuenta de que ha desaparecido?
De repente una sensación cálida le invadió la
mano que sostenía la esfera. Jack no sabía porque pero comenzaba a sentirse
inquieto y miró la bola más fijamente reparando en cada detalle, cada, surco,
cada figura; casi parecía un lugar real ¡y vivo! pero era un lugar desconocido
que nunca antes había visto. Extraño, ya que Jack se había recorrido el mundo
más de una vez y lo conocía muy bien, pero este era diferente.
<<¿Será una de esas bolas mágicas que
usa Norte para trasportarse?>> Giró la esfera entre sus manos <<No
sé si debería arriesgarme... Podría romperse y Norte se enfadaría mucho>>
Cuanto más lo pensaba más sentía el impulso de intentarlo. <<Un buen
rapapolvo de Norte, si, como en los viejos tiempos. Después de todo he sido un
niño muy bueno estos últimos años, creo que ya es hora de hacer alguna
travesura... y si funciona parece más divertido que una ventisca en
Canadá>>.
Sin pensárselo un segundo más se puso en pié, cogió su bastón y lanzó la esfera contra el suelo. Inmediatamente se abrió ante
él un portal mágico que sin ninguna duda le llevaría a ese lugar desconocido,
sin más dilación, atravesó el portal.
Los viajes a través de portales mágicos
siempre desorientaron un poco a Jack pero esta vez sintió que fue un viaje
realmente intenso. Sacudió la cabeza y se pasó una mano por su cabello blanco,
pestañeó repetidas veces y cuando se sintió más estable se dio cuenta de que
estaba suspendido en el aire sobre una preciosa ciudad... o reino, si, tal vez
esa es una palabra más apropiada. Era el mismo reino que había visto en el
interior de la bola de cristal; el castillo, la plaza, el puerto, las
montañas... todo estaba ahí. Metió su mano en el bolsillo, la bola de cristal
había regresado y no pudo evitar lanzar un grito de júbilo mientras se lanzaba
a explorar aquel lugar.
Bajó volando hacia el puerto. Estaba lleno de
enormes barcos de madera y velas como los que Jack había visto muchos años
atrás. Había mucha actividad, pero nadie parecía verle, flotaba sobre el suelo y
no llamaba la atención de nadie, la gente pasaba a través de él, cosa que
siempre le molestó, por lo que decidió volar un poco más alto, lo suficiente
para observarlo todo y no "chocar" con nadie.
El clima era cálido y los coloridos alegres,
la gente, en general, parecía feliz y a gusto. Recorrió los puestos del mercado
y cada callejón de la ciudad, entonces llegó a las puertas del castillo, grande
y majestuoso. <<Entrar por la puerta sería lo lógico>> pensó, pero
realmente le llamaban más la atención los altos torreones, había visto muchos
castillos pero ese tenía algo que lo hacía distinto a todos los demás. Sin
saber muy bien por qué, llamaba su atención. Comenzó a volar más alto rodeando la
fachada y viendo a través de las amplias ventanas; pudo ver al servicio ir de
un lado a otro atareados por diversos pisos del castillo, pero nadie lo vio a
él. Siguió subiendo y se dio cuenta de que las ventanas estaban cerradas, todas
y cada unas de ellas, le pareció extraño, hacia buen día y todas las ventanas
de los pisos superiores cerradas. <<Curioso>> Siguió subiendo hasta
que finalmente pudo ver una ventana abierta, se asomó y vio una bonita y amplia
habitación en tonos claros de rosa, con una chimenea, un gran armario y una
enorme cama con cortinas, todo esto rodeado de diversos juguetes, sin duda
alguna la habitación de una pequeña princesa, pero no había nadie.
Continuó su camino al rededor de los torreones
topándose únicamente con ventanas cerradas pero entonces vio como unas de las
ventanas que había dejado atrás corría las cortinas y se acercó rápidamente.
Al otro lado del cristal se habría una
habitación oscura y fría de escasa decoración, en ella una niña pequeña de pelo
rubio blanquecino leía un libro sobre su cama. Precia triste y preocupada, tal
vez incluso con miedo. Miró a la niña detenidamente cuando de repente el libro
que la niña tenía entre las manos comenzó a cubrirse de escarcha, se dio cuanta
entonces de que la niña llevaba guantes, ella pareció no darse cuenta o no le
sorprendía, pero Jack estaba perplejo, nunca había visto a un humanó hacer algo
así. Se acercó más a la ventana y apoyó una de sus manos sobre el cristal , fue entonces cuando la pequeña se giro y su expresión cambió
completamente, sorprendida o asustada la niña lanzó un grito ahogado y el libro
que tenía en las manos se congeló por completo, acto seguido lo soltó por auto
reflejo dejándolo caer al suelo. La niña se puso en pié y comenzó a alejarse
lentamente en dirección hacia la puerta. Jack pudo ver el miedo en sus ojos y como una pequeña
tormenta de nieve se formaba al rededor de la niña. Jack se giró para ver tras
de sí pero no había nada, fue entonces cuando se dio cuenta: lo estaba viendo a
él.
- No, no, espera, tranquila, no
tengas miedo, no voy a hacerte daño.
La situación no parecía mejorar, la niña
estaba cada vez más nerviosa y más cerca de la puerta, entonces tuvo una idea:
Con un pequeño toque de su bastón cubrió una pequeña zona de la ventana de escarcha
y ahí dibujó la silueta de un conejito que, con un ligero gesto, hizo que cobrara
vida y se acercara juguetón a la niña. Eso pareció relajarla, miró hacia Jack
incrédula y luego al conejo que brincaba a su alrededor, se agachó y el conejo
se paró frente a ella moviendo su pequeña cabecita de nieve, entonces ella
extendió la mano y lo acarició cuidadosamente. Era una sensación extraña y fría
pero a ella el frió no parecía molestarle, sonrió y cogió el conejo en brazos.
- Ves, no tienes que tenerme miedo.
- Dijo Jack. - Somos iguales.
Una chispa de luz despertó en los ojos de la
niña y se acercó a la ventana, dejó el conejo sobre su cama y abrió la ventana
sin dejar de ver a Jack por un segundo, al igual que él hacía con ella. Jack
apoyó sus pies en su bastón y se puso de cuclillas, la pequeña se subió al
pequeño mueble que tenía bajo la ventana y puso sus brazos sobre el alféizar.
- ¿Quién eres? - Preguntó
finalmente la niña.
Pero cuando Jack se disponía a responder notó
como una fuerza invisible tiraba de él. La niña esperaba impaciente la
respuesta pero, sin saber cómo, el joven que había frente a ella desapareció en
apenas un pestañeo. Pudo ver como cambió la expresión del joven, por un segundo
parecía sorprendido pero un segundo después ya no estaba ¿Se lo había imaginado
todo? Miró su cama, en el lugar donde había dejado el conejito de nieve pero en
lugar de eso vio sus sábanas mojadas y el libro congelado no muy lejos, en el
suelo. Estaba totalmente desconcertada. Entonces llamaron a la puerta y oyó la
voz de su hermana pequeña.
- ¿Elsa? Hazme un muñeco de
nieve.