En el castillo de Arendelle Hans estudiaba los
recursos de los que disponía el reino para sustentar al pueblo hasta que su
prometida Anna y la reina regresaran. Él estaba ahora al mando y debía cumplir
con su deber lo mejor posible. Lo primero que hizo fue acoger en el castillo a aquellos
más necesitados que no se podían permitir el lujo de un techo o una hoguera,
después repartió mantas y leña entre los aldeanos, finalmente racionó la comida
de los almacenes de palacio en caso de extrema necesidad, aunque confiaba en
que Anna tuviera éxito y no fuera necesario. Trataba de convencerse a sí mismo
de que Elsa y Anna regresarían y todo volvería a la normalidad, pero en lo más
profundo de su ser sabía que eso no ocurriría y tenía miedo; miedo de que el
invierno terminara con todo, miedo de perder todo lo que le había costado
conseguir, miedo de... quedarse sólo otra vez.
<<Tenía que haberla
acompañado>> se dijo. <<Podía haber dejado a alguno de mis hombres
al mando... o pedirle a alguno de ellos que la escoltaran ¿Dónde estará
ahora?>>. Levantó la vista de los papeles que estaba ojeando y se volvió hacia
la ventana para ver el paisaje blanco que la reina había creado la noche de la
coronación, hace apenas unas horas, pero ya había amanecido y el sol, aunque
cubierto por las nubes, se reflejaba en la nieve de las altas montañas. Tal vez
Anna estuviera en alguna de ellas.
Hans comenzaba a notar como el cansancio
invadía su cuerpo; había llegado a Arendelle la tarde del día anterior tras un
largo viaje de varios días en barco desde Las Islas del Sur, no conseguía
descansar cuando viajaba, esa noche no había dormido y sentía como los ojos le
comenzaban a escocer y a pesar. Se recostó en el cómodo sofá que había frente a
la hoguera, cerró los ojos un instante para descansar y, sin quererlo, calló
profundamente dormido; pero las pesadillas que tuvo esta vez tampoco le dejaron
descansar.
Lo vio todo negro, caminaba sin avanzar a ningún sitio.
Oyó una voz tras de sí, una voz que conocía bien, era uno de sus hermanos. Hans
se giró rápidamente y vio ante sí un enorme muro negro donde se veían con total
claridad la cara de cada uno de sus doce hermanos mayores, todos ellos con
sonrisas burlonas o miradas de desprecio... los que se dignaban a mirarle.
<<No vales nada>> escuchó en su cabeza, la voz de uno de sus
hermanos. <<Nunca llegará a ser nadie>>, <<Jamás logrará
nada>>, <<Es un desecho>>, <<Tú no eres mi hermano, me avergüenzas>>,
<<¿Hans? No conozco a ningún Hans>>, <<Seguro que eres un
bastardo>>, <<Podríamos cortarte lo que tienes entre las piernas y
así serías nuestra hermanita>>, <<No habría diferencia>>,
<<Ni siquiera puede con su espada>>, <<Estarías más guapo con
un vestido>>, <<Muérete ya y haznos un favor>>.
Todas las voces de sus hermanos se mezclaron
en su cabeza. Soltó un grito de angustia y el muró se derrumbó ante él, pero no
cayeron rocas, si no arena, arena tan negra como el cielo de la noche sin luna
ni estrellas. Cuando hubo caído toda la arena, un espejo se mostró ante él y al
verse reflejado descubrió que era sólo un niño y estaba llorando, tenía los
ojos hinchados y le moqueaba la nariz, pero vio algo más en el espejo: la
figura de su madre. Se giró hacia ella y comenzó a llamarla, pero no
contestaba, corrió hacia ella pero parecía no alcanzarla nunca. Tropezó y cayó
al suelo, cuando alzó la vista su madre estaba ante él, pero la mirada de que
dedicaba a su hijo no mostraba sentimiento alguno, era una mirada totalmente
vacía.
- ¿Mamá? - Logró decir el pequeño
Hans entre sollozos. - Ayúdame por favor.
- Oh, Hans, mi pequeño. -
Respondió su madre con una voz dulce. - Si sólo hubiera alguien ahí fuera que
te amara.
Hans calló, calló en un pozo oscuro que se
abrió bajo sus piel y mientras caía pudo contemplar la mirada de indiferencia
de su madre hasta que la distancia se lo impidió.
Dejó de caer, pero no sintió ningún tipo de
impacto. Vio a su alrededor, todo era negro, pero vio una puerta blanca. Corrió
hacia ella y al abrir la puerta se encontró en una de las habitaciones del
castillo de Arendelle, allí estaba Anna y Hans se sintió de repente aliviado.
Vio su reflejo en una de las ventanas, volvía a ser el adulto que era. Se acercó a su prometida y la abrazó por la
espalda, se dio cuenta de que estaba llorando, la volvió hacia él para
preguntarle que le ocurría y para su sorpresa vio que estaba preñada.
- ¿Anna? - le sujetó gentilmente
la barbilla alzándola para poder verle el rostro. - ¿Anna querida que te
ocurre?
- Hans... - contestó entre
sollozos y sin ser capaz de mirarle a los ojos. - No puedo casarme contigo. -
Hizo una leve pausa para jadear, Hans notó una punzada en el corazón. - Me he
enamorado de otro hombre.
Un frio abismal llenó de repente la
habitación, las paredes comenzaron a congelarse y ambos tiritaban de frio.
Abrazó a Anna y le entregó su chaqueta, observo la estancia; un fuerte viento
sacudió las ventanas, rompió los cristales y tiró objetos de las estanterías;
en pocos segundos la estancia se llenó de nieve. Miró a Anna para comprobar si
estaba bien, pero su pelo era ahora casi blanco, y sus ojos se tornaron azules y fríos para dedicarle una mirada de
odio.
- ¡Nunca tendrás a mi hermana!
¡Nunca tendrás mi reino! - Exclamó la reina.
El cuerpo de Hans comenzó a congelarse
lentamente y sentía como perdía el
control y la sensibilidad de su cuerpo.
<<Nunca nadie te querrá,
nunca lograrás nada>>.
- Tal vez no necesites amor para
obtener lo que deseas. - Dijo una voz desconocida.
Hans despertó cubierto de sudor frio. La
hoguera se había apagado.
***
- No puedo creer que me hayas
arrastrado hasta aquí. - Se quejó el chico de aspecto rudo que acompañaba a la
princesa. Ambos tenían la ropa cubierta
de nieve. - ¡Es una locura! Hablar con tu hermana, un plan genial, hablar con
una reina loca que ha congelado su reino y ha huido a las montañas.
- Lo ha hecho son querer. -
Replicó Anna.
- ¡Oh vamos, nadie congela un
reino por accidente!
- Oh... lo dices como si tu
tuvieras la habilidad de hacerlo. - Contestó a la vez que le lanzaba una mirada
de desprecio.
Anna
había conocido a Kristoff en una tienda de las montañas. Tras comprarle un par
de cosas que el joven necesitaba la princesa logró convencerle de que la
escoltara hasta la montaña del norte, donde creía (y así era) que se encontraba
su hermana. Más tuvieron algún que otro tras pies por el camino: varios desacuerdos,
discusiones y, lo ahora más importante; el trineo de Kristoff había quedado
destrozado tras una reñida persecución con lobos. El único motivo por el que Kristoff seguía a
Anna ahora mismo era porque le había prometido un nuevo trineo y si ella moría,
que era lo más probable en caso de dejarla sola, podía despedirse de él; así
que, en compañía de su reno Sven, continuaron la búsqueda guiando a la joven
princesa.
- No la tengo pero... - Se frotó
la cabeza. - Admite que este plan es una locura.
- Bueno, no tengo ninguno mejor y
tu tampoco. Sé un poco más optimista, es mi hermana, me escuchará. - Anna se
paró y observo el paisaje helado; aunque Arendell y sus alrededores estaban
realmente preciosos cubiertos de nieve, ese frío era demasiado intenso, mucho
más del que estaban acostumbrados, y la mayoría del pueblo, ella incluida, no
estaba preparado para algo así. Abrió y cerró las manos un par de veces, sus
dedos comenzaban a entumecerse bajo las manoplas.
- Claro. Pues espero que tengas
más suerte que estos últimos años. - Anna se volvió y caminó hacia él mal
humorada.
- ¡Oh, eso ha sido un golpe bajo!
- Kristoff se frenó en seco, escuchó algo que llamó su atención. - Oye, yo no
tengo la culpa de que vivas amargado. - Continuó la princesa -. Así que trata
de ser más amable. - Kristoff le hizo un gesto con la mano para que guardara
silencio mientras buscaba algo con la mirada, comenzó a andar lentamente guiado
por el sonido. - Sí, claro, ahora mándame callar.
El joven agarró a Anna y le tapó la boca, pero
el guante estaba frío y cubierto de nieve por lo que la chica trató de
liberarse rápidamente, aunque tras un leve forcejeo solo consiguió apartar la
mano de Kristoff de su boca.
- ¿Oyes eso? - Preguntó Kristoff
con la esperanza de que fuera una pregunta retorica. Pero Anna guardó silencio
unos segundos y finalmente negó con la cabeza.
El trío comenzó a avanzar lentamente guiados
por Kristoff con paso lento pero firme... bueno, el paso de Anna no era tan
firme. A medida que avanzaban el sonido era más fuerte y la nieve más profunda.
Parecía viento, pero un viento demasiado fuerte.
Sven comenzaba a sentirse intranquilo, pero
Anna logró tranquilizarlo frotándole suavemente la nuca. Hacía más frío y Anna
casi no sentían los pies, le dolían de tanto caminar, las botas eran nuevas y
no estaba acostumbrada a esos largos paseos de senderismo pero, sobre todo, los
notaba fríos, muy, muy fríos.
Finalmente, tras un corto recorrido Kristoff
alzó la vista y pudo ver, no demasiado lejos, la cima de la montaña a la que se
dirigían, o más bien pudo ver el fuerte viento que la cubría; realmente el
fuerte torbellino de viento no dejaba ver nada, era como si estuviera
protegiendo la cima de la montaña; y no había que ser muy listo para darse
cuenta de que eso no era un fenómeno natural.
- Bueno... - Comentó el joven
algo confuso e impresionado. - Creo que debería llevarte de vuelta a casa, algo
me dice que la reina no quiere recibir audiencias. - Anna también observaba el
terrible remolino anonadada.
- Oh... - No fue capaz de decir
más en unos largos segundos. - Bueno... tal vez hoy no quiera pero puede que
mañana si. - Pero ni a ella misma le convencían del todo esas palabras. -
Sigamos avanzando hasta que nos lo impida la tormenta y entonces cuando pare
seguimos.
Kristoff miró a la joven incrédulo, no creía
posible que alguien pudiera ser tan ingenuo u optimista, aunque quizás era
ambas.
<<Mi trineo, mi trineo>> Se
repetía el joven una y otra vez.