Jack dirigía su ejército montado en su caballo
de escarcha, mientras Elsa lo hacía desde lo alto de una de sus cristalinas
torres. Cuando una ficha comía a otra, esta se fragmentaba en mil partículas de
polvo blanco que el viento se llevaba flotando.
Tras una... no muy encarnizada jugada, ya que
Jack había demostrado ser un pésimo jugador de ajedrez, ambos compartieron un
instante de paz. Jack estaba ligeramente apenado porque Elsa había roto su
caballo... le gustaba ese caballo. En seguida se acercó a la chica para
ayudarla a bajar de la torre.
- Tenias razón cuando dijiste que
no se te daba muy bien. - Dijo sonriente.
- ¿Por qué iba a mentirte?
Ambos soltaron una carcajada. Elsa, como de
costumbre, cubriéndose la boca con las manos. A Jack le daba un poco de rabia
esa costumbre suya, pero en cierto modo también la encontraba adorable. No
podía a apartar su vista de ella cuando reía.
- Le estas pillando el truco - comentó
Jack -, y no solo a los poderes, también a lo de divertirse.
- Lo cierto es... - dijo
entrecortada por las risas. - que no recordaba haberme divertido tanto en años.
- Su rostro se volvió solemne y relajado. - Gracias de nuevo. No sé como podré
compensarte...
Jack puso su dedo índice sobre los labios de
la reina impidiendo que terminara la frase.
- No me debes nada, no tienes que
compensarme. - Hizo una pequeña pausa y apartó su mano de la boca de Elsa. Sonrió.
- Me basta con que sonrías.
- Jack yo... - Agachó la cabeza
sonrojada y comenzó a frotarse las manos -. A penas nos conocemos de tres días
y... - levantó la cabeza para tratar de mirarle a los ojos, pero se vio forzada
a bajar la vista de forma intermitente - de algún modo siento que... me
sentiría perdida... - Logró mantener la vista en sus ojos -. No sé qué habría
pasado si no hubieras llegado a encontrarme, me da miedo pensar en ello.
- Pues entonces no pienses en
ello. ¡Sigamos divirtiéndonos!
- No puedo pasarme la vida
divirtiéndome Jack, debo aprender ha...
- Claro que no - interrumpió Jack
-. En la vida hay tiempo para todo, y ahora toca divertirse.
- Pero...
- Ah, ah, ah. No - dijo negando
con su mano -, no cuestiones al maestro. - Antes de que Elsa tuviera tiempo de
contestar Jack dejó su bastón en el suelo y cogió con sus manos las de ella. -¿Te
gusta bailar?
- ¿Disculpa? - preguntó perpleja.
- Que si te gusta bailar.
Elsa titubeó unos segundos, todavía no estaba
segura e haber entendido bien. Se habría esperado muchas cosas, pero no esa
pregunta.
- Pues... lo cierto es... que no sé
bailar.
- Bueno, no soy un experto - dijo
con una amplia sonrisa -, pero se me da mejor que el ajedrez. Yo te enseño - y
la acercó un poco más a él para intentar tomarla por la cintura -.
- ¿¡Que!? ¡No! ¡Espera, para! -
exclamó resistiéndose -. ¡Pero si ni siquiera hay música!
- No te preocupes, no la
necesitamos - la miró fijamente a los ojos mientras, finalmente, logró agarrar
su cintura y sostener su mano -. Tu déjate llevar. Pon tu mano sobre mi hombro.
Elsa, obediente y con la mirada fija en sus
ojos, colocó la mano que tenía libre sobre el hombro del muchacho. Este la
acercó un poco más a él, lo cual hizo que Elsa se sobresaltara ligeramente
tratando de alejarse de nuevo. Jack le dio cierto margen de distancia, pero
tampoco estaba dispuesto a dejar que se separara más de él.
Jack comenzó a tararear una canción
desconocida para ella, y esto a la muchacha le hizo gracia y a la par, le dio
una terrible vergüenza que hizo que se sonrojara e intentara zafarse. Pero Jack
no se lo permitió.
- Yo he jugado al ajedrez, ahora
a ti te toca bailar.
De nuevo acercó a su cuerpo al de Elsa y, tras
recuperar la posición, comenzó a tararear de nuevo tratando de guiar los pasos
de Elsa. La reina se vio obligada a
enrollar su larga capa sobre un brazo para no pisarla y tropezar con ella...
Tras varios intentos, Elsa consiguió coger el ritmo y entender el movimiento.
Se trataba de un baile de tres pasos, un vals.
- Oye - comenzó Elsa algo cortada
-, ¿cómo se llama esa canción?
- El vals de las flores.
Siguieron bailando durante un rato más mientras
Jack tarareaba. No tenía una voz demasiado melodiosa, pero tampoco resultaba
desagradable. A demás, a Elsa le divertía bastante, le habría gustado
acompañarle de conocer la canción.
- Me gustaría poder escucharla
algún día. ¿Tienes las partituras? Podrían tocarla los músicos de la corte.
- No, no las tengo - dijo entre
risas -. Pero tal vez puedas escucharla algún día.
Aun cuando Jack dejaba de tararear para
hablar, la melodía seguía sonando en la cabeza de ambos al ritmo de sus pies.
- ¿Cómo?
- Ven conmigo
- ¡¿A dónde?!
- A mi mundo.
- ¿¡Al de los guardianes!?
- No - contestó con una risa
entrecortada -. También hay personas normales allí.
- ¿Y tienen poderes? - preguntó
con evidente curiosidad -.
- Eh... no. Pero hay muchas cosas
que realmente parecen mágicas. ¡La música sale de cajas y por las noches las
ciudades brillan con luz propia! - explicó -.
- ¿¡Es eso posible!? - preguntó
maravillada y con un brillo de ilusión en sus ojos -.
- Si. Estoy seguro de que te
gustaría.
Elsa dejó de bailar y ambos se pararon.
- No puedo - bajó la cabeza -,
tengo cosas que hacer aquí.
Jack agarró suavemente la barbilla de Elsa y
la obligó a mirarle.
- No tiene porque ser ahora -
sonrió dulcemente -. Podemos ir cuando quieras.
El silencio se apoderó del momento. Ni
siquiera podían escuchar el fuerte viento que soplaba al rededor de la zona
protegiendo la fortaleza helada y sus alrededores.
Jack se acercaba lentamente a Elsa sin separar
sus ojos de los de ella. Unos ojos grandes, azules y profundos, fríos, pero a
la vez cálidos, bondadosos y llenos de vida, inseguridades y deseos. Durante
unos segundos no había nada más. Sin ser consciente, Elsa también comenzó a
acercar su rostro al de él. Lentamente, mirándose a los ojos sin perder
detalle, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Ambos se dejaron llevar mientras
una sensación cálida y desconocida los invadía cada vez con más intensidad,
hasta que sus labios estaban demasiado próximos y Jack cerró los ojos
inclinando suavemente la cabeza, dispuesto a tomar el rostro de de la reina
entre sus manos.
Fue entonces cuando Elsa fue consciente de lo
que ocurría y se apartó bruscamente, resbalando en el hielo del tablero de
ajedrez gigante y cayendo de espaldas al suelo. El sobresalto de Elsa cogió a
Jack tan de improviso que no tuvo tiempo de reaccionar. En cuanto vio a Elsa en
el suelo se acercó a ella preocupado y la ayudó a sentarse. Trató de ponerla en
pie, pero el golpe fue duro y sentía un fuerte dolor en el coxis, por lo que
prefirió seguir sentada en el suelo un rato más. Jack no se apartó de ella.
A parte de las preguntas del muchacho por
saber el estado de la reina tras la caída, ninguno de los dos pronunció
palabra. No sabían que decir. Elsa estaba nerviosa, y tal vez algo asustada por
la situación y los nuevos sentimientos experimentados hace apenas unos
segundos.
Tras unos segundos Jack fue el primero en
hablar.
- Bueno, no te preocupes. No ha
sido la peor caída que he visto en un baile.
- Yo... lo... lo siento... - dijo
abochornada.
- Tranquila, lo has hecho muy
bien para no haber bailado nunca, o en años - se levantó un momento para coger
su bastón y enseguida volvió al lado de Elsa -. Y a demás, no es fácil bailar
sin música - terminó la frase con una gran sonrisa -.
Hubo otro breve momento de silencio. Elsa
pidió ayuda a Jack para levantarse, tras intentarlo nuevamente más decidida,
logró ponerse en pié.
- Así que... el vals de las
flores - comentó Elsa tratando de romper el hielo. Jack asintió con la cabeza
-. Un tanto irónico - dijo la reina mirando el paisaje nevado que crecía a su alrededor.
- Bueno, no siempre se ven flores
en la nieve - explicó acercándose más a Elsa -. Pero de vez en cuando, puedes
encontrar alguna.
Jack movió una de sus manos, quedando está
rodeada de pequeñísimas partículas de nieve. Cerró su puño, y cuando lo abrió
le mostró a Elsa la palma de su mano, donde había un puñado de nieve, y ella
observó con curiosidad. De repente la nieve comenzó a tomar forma, hasta que
una preciosa flor cristalina y brillante se creó ante sus ojos dejándola
totalmente maravillada.
***
Le dolía el ojo izquierdo. Esa misma noche
había tenido otra pesadilla.
Hans e frotó el ojo como si eso pudiera
ayudarle en algo.
En su sueño, estaba perdido en medio de las
montañas nevadas. Miró a su alrededor, pero no vio nada más que nieve y
montañas en kilómetros. El viento soplaba con tanta fuerza que parecía
cortarle la piel del rostro.
Avanzó torpemente desenterrando los pies de la
nieve mientras se frotaba los brazos tratando de entrar en calor. Siguió
caminando durante largo rato, pero, si no fuera por sus huellas, habría pensado
que andaba en círculos. Hacia donde quiera que fuera, el lugar siempre parecía
el mismo: Había luz, pero no podía ver el sol, si andaba hacia el frente, el
horizonte parecía alejarse.
Hans, ya desesperado y con el frío en los
huesos, hizo una pausa para coger un poco de aire y reponer fuerzas. Durante
unos segundos vio hipnotizado la nieve que bailaba al viento, hasta que una
ráfaga impactó en su rostro. Se le había metido nieve en el ojo y comenzó a
frotárselos, para después, quitarse los restos de nieve de la cara. Pero para
sus sorpresa, cuando se vio las manos, cubiertas con unos elegantes guantes
blancos, se percató de que la nieve era negra. No, no era nieve. Era arena,
arena negra como la noche.
Perplejo, contempló como el paisaje blanco por
el que había caminado se tornaba negro y se cubría de tinieblas en la más
oscura penumbra. La nieve se convirtió en un mar de arenas negras que pronto
alcanzaron sus pies, hundiéndose en ellas sin remedio y quedando prisionero de
la más completa y profunda oscuridad.