Habían
pasado casi dos meses desde que Jack llegó a Arendelle. Elsa había mejorado
mucho, no solo usando sus poderes, si no que en las últimas semanas Jack pudo
notar como la reina estaba mucho más segura de sí misma, más sonriente y más
sociable. Habían pasado largas noches en vela conversando: sobre ella, sobre
él, sobre Anna, sobre los padres de Elsa, sobre el mundo de Jack y los demás
guardianes...
- Mi
madre solía contarme que la noche en que nací, calló sobre Arendelle la mayor
nevada jamás recordada hasta entonces. - Le había contado Elsa en una ocasión
-. Pero esa noche también fue de las más hermosas, porque la luna llena parecía
más grande que nunca e iluminaba todo el panorama. Mi hermana, por el
contrario, nació en plena primavera, un día bastante caluroso según ella.
-
Los humanos tienen la estúpida manía de decir que nací de un copo de nieve -
explicaba Jack.
-
¿De un copo de nieve?
- No
es cierto, claro.
- ¿Entonces cómo naciste, como una persona
normal pero con poderes? ¿Cómo yo?
Jack quería contarle la verdad, de cómo murió
salvando a su hermana pequeña y la Luna lo llamó más tarde para, años después,
aceptar su destino como guardián. Pero tenía miedo. Le daba miedo pensar que lo
rechazaría si llegara a saber que estaba muerto... Pero ¿si estaba muerto por
qué se sentía tan vivo? ¿Por qué tenía emociones y sentimientos? Es algo que
siempre se preguntaba ¿Estaría realmente muerto?
- La
Luna me llamó... - dijo entonces tras varios segundos de silencio - antes de
eso, solo había oscuridad.
Jack, en numerosas ocasiones había intentado
hablar con la Luna, ya que no volvió a hablarle desde que fue elegido guardián.
A veces solo buscaba no sentirse solo, pero muchas veces le rogaba que no lo
abandonaran de nuevo. Muchas veces sentía miedo de que sus compañeros se
alegasen de él. <<Necesito a alguien - le decía Jack - alguien que pueda
estar a mi lado siempre. Alguien que sea como yo>>.
Muchas veces miraba la Luna desde Arendelle y
se preguntaba si esa Luna era la misma que él conocía o solo eran muy similares.
Esta tampoco le había contestado desde que llegó, pero cuando la veía tenía la
misma sensación que cuando veía la de su mundo. Se preguntaba si, de ser la misma Luna que él
conocía, ¿le había guiado hasta Elsa? ¿Era cosa del destino o mera coincidencia
el que se encontraran? Pero no quería más
preguntas innecesarias, quería disfrutar cada momento <<Mientras
dure>>.
El castillo también cambió en esos días. Entre
ambos habían mejorado la estructura y decoración del edificio, añadiendo nuevos
detalles tales como espejos, macetas con hermosas y fantásticas plantas
talladas en hielo, mesas y un precioso tono en la sala central, cuyo respaldo
se extendía hacia el techo como una enorme garra que parecía sujetar a Elsa con
increíble delicadeza cada vez que se sentaba en él. Para sentarse había que
subir cinco escalones y su base, robusta pero elegante, parecía querer alzarse tan alto como el
respaldo.
Añadieron también nuevas habitaciones: una
para invitados, la cual Elsa esperaba que fuera ocupada por Anna algún día; y
otra para Jack, aunque él realmente no necesitaba descansar y no la usaba
mucho.
El patio también cambió: Justo antes de las
escaleras que llevaban al palacio, Elsa y Jack crearon un camino en forma de
cruz simétrica. El camino principal que llevaba al edificio estaba bordeado de
formaciones de nieve y hielo que simulaban arbustos, decorados a su vez con
pequeñas y delicadas flores cristalinas que se bañaban con los colores de la
aurora.
Justo en el cruce de caminos habían puesto la
estatua de Elsa que Jack había hecho tiempo atrás. Su base la bordeaba una
hermosa fuente con dos pisos no muy altos; el agua, finamente congelada, parecía caer de ella y brillaba con pequeñas
gotas que reflejaban la luz.
Acompañando la nieve que formaba los arbustos
por el camino principal, se erguían unas altísimas columnas heladas, coronadas
con hermosos capiteles de delicadas volutas.
Uno de los caminos restantes desembocaba en un
bonito mirador, acompañado de elegantes bancos y plantas de escarcha desde
donde que se podía ver Arendelle y alrededores. El otro daba a unas escaleras
acompañadas de unos hermosos y finísimos arcos ojivales, que cubrían todo su
recorrido como si de una bóveda de cristal se tratara. Estas escaleras llevaban
a un nivel inferior de la formación montañosa, donde estaba el tablero de
ajedrez en el que hace apenas unos meses, Elsa había pasado uno de los mejores
momentos que podía recordar. Ocasionalmente, tanto ella como Jack, lo usaban para patinar.
En Arendelle, sin embargo, la situación
empeoraba. La gente comenzó a caer presa del miedo, la locura y alguna
enfermedad; varios aldeanos comenzaron a pregonar cosas como el fin del mundo o malvadas
conspiraciones de la reina. Entre el segundo grupo se encontraba también el
Duque de Weselton, y no era ningún secreto que tenía intención de capturar a la
Reina a pesar de las muchas amenazas de Hans; pero en joven monarca no
terminaba de tomarse en serio a ese pobre hombre y no le convenía prenderlo, ya
que tenía un gran poder como comercial y dos barcos cargados de mercancía que
le resultaban muy útiles a él y a los aldeanos de Arendelle.
Anna estaba preocupada por Hans y por su
hermana. No podía entender porqué Elsa estaba tan interesada en estar sola y
abandonarlo todo... habían estado tan unidas de niñas y se dio cuenta de que
ese lazo que creía tan fuerte, se había desvanecido por completo hace años...
al menos para Elsa.
Hans, por su parte, cada día estaba más frío y
distante. <<Es por el trabajo>>, se decía Anna. Hans pasaba la
mayor parte del tiempo atendiendo las necesidades del reino y tratando de
calmar al pueblo y demás nobles asistentes a la coronación de la reina. A penas
dormía y el poco tiempo que pasaba con Anna le notaba muy cansado.
- Ya
sé que estas muy ocupado y yo no soy de mucha ayuda - le había dicho Anna en
una ocasión, mientras Hans descansaba en el salón con ella -. Pero me gustaría
pasar más tiempo contigo.
Tras un largo silencio, Hans reunió fuerzas y
le hizo a su prometida una proposición un tanto atrevida.
-
¿Te gustaría compartir alcoba? - La joven princesa comenzó a titubear
totalmente sonrojada. Hans se acercó a ella y la tomó de las manos -. Al fin y
al cabo, nos vamos a casar ¿no? - Terminó con una sonrisa agotada. Sus ojos
estaban hinchados, rojos y con ojeras marcadas, su barba pelirroja comenzaba a
asomar en su piel y estaba más delgado que cuando había llegado -.
La
princesa aceptó la propuesta.
Hans
se mostraba dulce y amable el tiempo que pasaba a solas con ella, pero cuando
se ponía la máscara de monarca prefería no acercarse a él, casi no parecía el
mismo. Compartían lecho y Anna se dio cuenta de que Hans tenía pesadillas cada
noche... y debían ser horribles. Muchas veces trataba de despertarlo, y muchas
de las veces que lo conseguía Hans le gritaba como un energúmeno... Luego
recuperaba la consciencia y se disculpaba, a continuación sufría un fuerte
dolor de cabeza. Así cada noche. Salvo en una ocasión, en la que de un
sobresalto al despertar, Hans golpeó a la joven en la cara y la tiró de la
cama; cuando vio lo que había hecho ninguno de los dos rompió a llorar de
milagro, aunque Anna si tenía los ojos llorosos. Hans salió de la cama veloz y
tras observar el cardenal que le había dejado a su prometida en la mandíbula,
la abrazó desesperado. "Lo siento, lo siento" repetía una y otra vez
con voz cansada y agobiada al borde del llanto.
Después de eso Hans se negó a seguir
compartiendo lecho con Anna hasta que toda esa pesadilla que estaban viviendo
en Arendelle legara a su fin. No quería hacerle daño.
<<Tengo que hablar con Elsa y terminar
con esta locura. Probablemente no sea consciente de lo que está
ocurriendo>> Cada día el mismo pensamiento mientras miraba por la ventana
de su alcoba, sola.
Kristoff y Sven también se quedaron en
Arendell y ayudaban a transportar leña, limpiar la nieve de las calles o lo que
hiciera falta. Total, sin su trineo, no tenía nada mejor que hacer y ahora
mismo, con el reino sumido en el caos, era imposible conseguir uno. De vez en
cuando, Kristoff se pasaba por el castillo y le hacía compañía a Anna;
charlaban o paseaban por el castillo, y menos a menudo, por el pueblo.
Ese día, Hans estaba en la biblioteca,
haciendo planes para las próximas semanas, meses o años...
Había enviado a unos cuantos hombres para
investigar los alrededores en busca de noticias sobre la reina; dos de ellos
regresaron informando que habían localizado una extraña tormenta que les
impedía seguir avanzando a lo alto de la montaña, tal y como le había dicho
Kristoff en su primer encuentro. Otros dos guardias quedaron vigilando la zona
y tres más seguían explorando. Hans les ordeno a los criados preparar
provisiones para aquellos hombres.
Se
levantó de la silla frotando su entrecejo y se dirigió a una de las ventanas,
donde apoyo su antebrazo en el cristal, a la altura de la cabeza, dejando caer
su peso hacia adelante hasta que finalmente, su frente se apoyo en el
antebrazo. Estaba completamente fatigado y le dolía muchísimo la cabeza. Por
las noches no lograba descansar, las pesadillas se adueñaban de él y no dejaba
de pensar en el incidente con Anna.
En
sus pesadilla él siempre estaba solo y el reino de Arendelle desolado, apenas
unas cuantas formaciones rocosas entre nieve y hielo, y a veces, una voz
desconocida, profunda y fría.
<<¿Qué
más puedo hacer...?>> Se preguntó.
Cerró los ojos un instante para descansar la
vista, entonces llamaron a la puerta.
- Príncipe Hans ¿Estáis ahí? - Habló una
voz femenina al otro lado de la puerta. Hans conocía esa voz, en realidad ya
conocía casi todas las voces del castillo y algunas del pueblo, era una de las
doncellas de Anna -. Tengo algo importante que comunicaros, es la princesa... -
Antes de poder terminar Hans abrió la puerta con expresión preocupada y
demacrada.
- ¿Qué le ocurre a la princesa?
- Esta... bueno... creemos... que... -
cogió aire y terminó la frase de carrerilla - ¡Esta en cinta!
Por un momento la mente de Hans quedó en
blanco. Estaba estupefacto y cansado, muy, muy cansado. Notó como se le
encharcaban los ojos, pero hizo todo lo posible por no llorar, una sonrisa de
júbilo se dibujó en su rostro y en un ataque de alegría abrazó a la doncella y
se dirigió corriendo a la alcoba de su prometida.
Olvidando sus modales y sin tan siquiera
llamar a la puerta entró en la alcoba de la princesa. Anna estaba reclinada en
su cama y hablaba con una de sus doncellas cuándo Hans entró. La princesa le
vio y este corrió a abrazarla para después, besarla con infinita dulzura. La
lagrima que llevaba tanto tiempo reteniendo, finalmente se escapó y corrió por
su mejilla.
La
doncella hizo una reverencia un tanto avergonzada por contemperar la escena y
salió de la habitación.
-Anna...¿ realmente estas...? - No fue
capaz de terminar la frase, pero Anna asintió con ojos llorosos y sonrisa
sincera mientras sujetaba la mano de su prometido con fuerza.
Hans volvió a abrazar a su prometida, pero
entonces recordó algo: aun no estaban casados. Se volvió hacia Anna y la miró
con seriedad.
- Anna, querida... esto es maravilloso
pero... - le acarició la cara con
dulzura - Tendremos que adelantar la boda.
- Lo sé - contestó ella un poco apenada
-, pero tenía la esperanza de que Elsa...
Antes de que pudiera terminar la frase
llamaron a la puerta sobresaltando a la pareja.
- ¡Alteza - se escuchó al otro lado de la
puerta -, una pareja de exploradores ha vuelto, dicen que la tormenta se ha
disipado!