Cuatro guardias de Arendelle se habían refugiado en una cueva
cercana. Habían emprendido la expedición con tres compañeros más, pero al
encontrar el camino bloqueado por una extraña tormenta se habían separado para
encontrar otra ruta o alguna otra pista sobre la reina. Su misión era encontrarla
e informar al príncipe Hans, llevarla hasta Arendelle o rogarle que detuviera el
invierno. Estaban algo inquietos, pues se les empezaban a agotar las
provisiones. Tampoco sabían muy bien que harían cuando se encontraran con la
reina; Hans les había dado órdenes claras y concisas, entre ellas estaba no
dañar a la reina, pero ¿y si les atacaba? ¿y si sus vidas llegaran a correr
peligro? o simplemente ¿qué podrían decirle a la reina una vez la encontraran?
¿y si se negaba? ¿que podían hacer ellos?
- Necesitamos más provisiones. - El guardia tenía expresión
seria, pelo castaño y largas patillas -.
- No hace ni dos semanas que fuimos a Arendelle a por más. -
Contestó el más delgado.
- ¿Estás seguro? Yo tengo la sensación de que llevamos aquí
años. O a lo mejor es que vosotros dos no lo notáis porque os habéis hinchado
la panza en Arendelle. - El hombre, alto, fornido y con un gran bigote, acusó
mal humorado al guardia delgaducho y al guardia rubio que estaba intentando
encender un fuego. Este ante la acusación se puso en pie.
- No os atreváis a juzgarnos cuando fuisteis vosotros dos los
que insististeis en quedaros aquí haciendo guardia. Si tanta hambre y frio
tenéis conocéis el camino a Arendelle. Bastante tenemos ya todos como para oís
vuestras quejas. - Dicho esto tiró la rama que tenía en la mano y salió de la
cueva.
- Menudo imbécil. - Comentó el de patillas.
- No es el mejor momento para discutir entre nosotros - dijo
el más delgado -, debemos permanecer unidos... y cuerdos.
- Ni siquiera tiene sentido que sigamos vigilando esta zona
¿Crees que la tormenta se va a disipar por arte de magia?
- No soy un experto de la magia ni del clima, pero a mí esa
tormenta localizada me parece bastante mágica.
- Pamplinas - bufó el guardia de grandes bigotes -,
supersticiones campesinas. Tendríamos que estar fuera buscando a la reina y no
aquí esperando un milagro.
Hubo un breve e
incómodo silencio.
- ¿Sois nuevos en la guardia verdad? No recuerdo haberos
visto - preguntó el delgado -.
- ¡Oh, por el amor del cielo! -exclamó el de patillas - ¿Es
que no te callas nunca?
El guarda rubio entró
veloz y jadeante en la cueva.
- ¡La tormenta se ha disipado!
Los soldados se
dirigieron rápidamente a la zona donde estaba la tormenta. Y no fue poca su
sorpresa al ver los inmensos muros y los picos del tejado del palacio.
- Es increíble -dijo el más delgado-.
- Es brujería - contestó su compañero rubio-. Un grupo debe
informar al príncipe Hans, otro debe ir a hablar con la reina.
- Yo hablaré con ella - se ofreció decidido su menudo
compañero -.
- No, tu eres el más rápido de nosotros, deberías ir a
Arendelle a informar al príncipe.
- Yo también soy rápido, iré con él - dijo el de patillas -.
- Bien. Nosotros hablaremos con la reina y esperaremos los
refuerzos... si son necesarios.
Cuando la pareja de
guardias ya se hubo alejado el guardia rubio y el de bigote se ocultaron tras
unas rocas, cerca de la gran puerta del
muro de hielo.
- ¿Crees que necesitaremos refuerzos? - Preguntó el guardia
de bigote.
- No lo se... está claro que la reina es peligrosa pero...
- ¿Pero?
- A lo mejor no quiere hacernos daño. La princesa Anna está
convencida de que no le haría daño a nadie.
- La princesa Anna es idiota ¡Que me explique cómo una
persona inofensiva que no quiere hacer daño a nadie congela su propio reino y
se da a la fuga!
- Estoy de acuerdo contigo... por una vez - hizo una breve
pausa mientras contemplaba el muro -. ¿Qué haremos si no atiende a razones?
¿Qué hacemos si nos ataca?
- No sé qué harás tú rubito, pero yo quiero vivir.
- Estás insinuando que...
- Si.
- ¿Y las ordenes?
- Yo tengo otras órdenes - antes de que el guardia rubio
pudiera reaccionar, el acero ya había atravesado su estómago. Cayó al suelo
vomitando sangre y tiñendo la nieve de rojo carmesí. El hombre fornido oyó unos
pasos en la nieve tras de sí. Sin preocupación aparente retiró el puñal del
cuerpo sin vida de su compañero y lo limpió en la capa verde del cadáver
esbozando una sonrisa de satisfacción - No has tardado mucho.
- Era un idiota flacucho - contestó el hombre de patillas -.
Tu también has sido rápido.
- No hay tiempo que perder - se puso en pié y desenfundó su
espada -. Acabemos con este invierno.
Algunos aldeanos de
Arendelle estaban realmente aterrorizados por la situación antinatural a la que
la reino los había sometido, otros pensaban que la reina era una bruja y en
general nadie estaba contento con la situación ni con la soberana. Muchos
hablaban de rebelión, de darle caza a la reina como si de un animal se tratara,
otros optaban por quemarla en la hoguera; pero en vista de que la princesa Anna
y el príncipe Hans, al que actualmente le debían la vida y lealtad, estaban tan
obcecados en traerlos de vuelta era preferible tratar esos asuntos en privado.
Así pues, el Duque de
Weselton había iniciado una pequeña conspiración en las sombras hacia la actual
soberana. Al igual que él, otros muchos consideraban a la reina peligrosa y
demasiado diferente.
- ¿Cómo esperáis que regrese y os proteja después de esto? -
había dicho en una de sus reuniones.
Así pues, muchos
hombres, mujeres e incluso guardias reales y criados se unieron a su causa y le
apoyaban en su plan de asesinar a la reina.
Fue sencillo. Al tener
como aliados a miembros de la guardia robar uniformes, eliminar a unos pocos y
suplantarlos por otros no era algo complicado; a demás el príncipe tenía tantas
cosas en la cabeza, tanto a lo que atender que la mayor parte del tiempo no
sabía ni en que centrar su atención, así que un par de contactos bien situados
que le aseguraran que todo iba bien era más que suficiente.
El guardia de largas
patillas había asesinado a uno de los miembros de la guardia que los acompañaba
y volvió con su compañero. Ambos eran hombres de confianza del Duque, y a ambos
les prometió fortuna si se encargaban de poner fin a ese invierno antinatural y
al ser que lo había desatado.
***
Jack aplaudía en el
patio del castillo.
- ¡Bravo, bravo mi reina! ¡Sabía que podías hacerlo!
- ¡Basta ya Jack, por favor, me estas abochornando!
- ¿Bromeas? Esto es un gran
paso Elsa, uno enorme. Pienso aplaudirte hasta que me ardan las manos o hasta
que me hagas parar.
- En ese caso te ordeno que pares - Elsa lo dijo muy seria,
pero Jack se echó a reír -.
- No tienes poder aquí Reina de las Nieves. Al menos no sobre
mí.
- ¿Qué no tengo poder sobre ti? - Preguntó Elsa desafiante
clavándole la mirada y acercándose decidida a su "rival". Jack tragó
saliva y por un momento se arrepintió de sus palabras ¿Que pretendida hacer
Elsa?
Realmente no era del
todo cierto lo que Jack había dicho. En efecto, Elsa no tenía forma de dañarlo,
al menos físicamente; pero Jack era muy consciente de que la reina despertaba
en él sensaciones desconocidas y eso, aunque ella no lo supiera, le daba un
gran poder sobre él.
Elsa miraba a Jack a
los ojos, seria y de cerca... peligrosamente cerca. Jack quedó paralizado ante
el gesto inesperado de la reina, se le cortó la respiración por unos segundos y
no sabía muy bien qué hacer. Los ojos del muchacho no sabían si mirar los ojos
intimidantes de Elsa o sus labios gruesos. Su cuerpo no sabía si alejarse o
aferrarse a ella. Sus labios no sabía si soltar alguna respuesta ingeniosa o...
besarla.
Elsa esbozó una
sonrisa triunfal en su rostro.
- Lo ves, ya has dejado de aplaudir.
- Eh... si, lo has conseguido... muy bien - el muchacho pasó
una mano por el pelo y agachó la cabeza.
- ¿Jack te encuentras bien? Hoy estas un poco raro.
- Si, si, solo estoy un poco cansado, nada más - guardó
silencio unos minutos mientras pensaba cómo zafarse de esa situación. Hace unas
semanas había estado a punto de besarla <<¿En qué estaría pensando? Oh, sí:
en nada, como de costumbre>>. Jack siempre había controlado la situación,
y era Elsa la que se mostraba nerviosa e insegura, pero esa repentina muestra
de confianza y osadía por parte de la reina lo había descolocado por completo.
- ¡Papel y tinta!
- ¿Qué? - preguntó Elsa confusa.
- Papel y tinta. La carta para tu hermana. En seguida te lo
traigo todo.
- ¡Jack espera!
Pero Jack ya había
sobrepasado el muro antes de que Elsa pudiera terminar de hablar. Se apartó un
mechón de pelo de la cara y suspiró. <<Jack, estás muy extraño ¿qué te
ocurre? ¿por qué no me cuentas nada? ... Quisiera saber más de ti>>.
En efecto Elsa quería
saber más cosas de él, pero tenía miedo por mucho que tratara de disimularlo,
la única experiencia que tuvo con pelo que cambiaba de color no fue algo bueno.
Pero eso no era lo que más le preocupaba, si no esos extraños sentimientos que
se adueñaban de ella cada vez que Jack estaba cerca, y aún así, por muchas
dudas y temores que eso le causara, en el fondo de su ser sabía que no quería
separarse de él. ¿Era el deseo de estar a su lado lo que la asustaba? ¿o era el
querer estar al lado de un misterio como él? Jack le había contado muchas
cosas, pero era consciente de que seguía sin saber nada, y sobre todo tenía ese
miedo a que la abandonara de repente... de que desapareciera y no volviera.
Subió las escaleras
para entrar en palacio y se dirigió a su alcoba. Apoyó los codos sobre la
cómoda, observando ensimismada la flor que le había regalado Jack. De algún
modo verla le levantaba el ánimo, y pensaba que en caso de que Jack se fuera,
guardaría esa flor como un tesoro para recordarlo a él y todo lo que le había
enseñado... ¿pero cómo iba a olvidarse de él ahora si lo tuvo presente en cada
día de su vida desde que lo vio al otro lado de la ventana? No necesitaba una
flor para recordarle, pero con el paso de los años, cada vez que tuviera dudas,
podría verla y saber que todo fue real.
- Es real. Jack es real - se dijo mientras acariciaba la
flor. - ... tal vez, debería explicarle como me siento... pero será mejor que
primero arregle el desastre que he creado.
>> Intentó
besarme ese día mientras bailábamos y yo me asusté... pero... creo que... algo
dentro de mi también quería... - dejó de acariciar la flor y se irguió -¡No
Elsa, basta! No es momento de perder el tiempo con esas cosas.
Se dirigió al balcón y
una vez fuera respiró profundamente. Miró el horizonte esperando ver a Jack, ya
que era increíblemente rápido, pero por muy rápido que fuera había pasado muy
poco tiempo. Elsa era consciente, pero ahora que se había acostumbrado a su
presencia le aterraba la idea de que la dejara sola.
Entonces algo la
sobresaltó. Las recientes puertas del muro. Alguien las estaba empujando. Se
asustó, pero no dejó que el miedo la dominara. Dispuesta a bajar al patio para
recibir a sus visitantes se dio la vuelta cuando escuchó las puertas crujir y
no pudo evitar volverse.
- ¡Guardias de Arendelle!
- ¡Allí arriba! - exclamó el hombre de patillas.
Ambos empuñaban
espadas y su actitud no parecía muy pacífica. Pero Elsa sabía que debía
mantener la calma y evitar preocupaciones. <<Puedes manejarlo Elsa,
puedes manejarlo>>, algo así le habría dicho Jack.
Salió de su habitación
y mientras bajaba las escaleras se metió en ese papel de reina para el que
llevaba preparándose tantos años.
Cuando llegó abajo los
guardias estaban intentando abrir la puerta, o echarla abajo. Entonces, cuando
Elsa ya se había sentado en su trono, abrió la puerta con un simple gesto de su
mano.
Uno de los guardias
cayó al suelo tras embestir contra la puerta que se había abierto mágicamente
ante sus ojos. Ambos vieron a la reina, poderosa e imponente, sentada sobre una
enorme garra de hielo que la alzaba de forma triunfal. El guardia se levantó
rápidamente.
- ¿Qué queréis?
Por un momento los
guardias parecieron olvidar para qué estaban ahí. Uno de ellos, el de patillas,
titubeó un momento, pero fue el único que se atrevió a hablar.
- El príncipe Hans nos envía para rogaros que descongeléis
Arendelle.
- ¿El príncipe Hans? ¿Desde cuándo manda él en Arendelle?
- Vu- vuestra hermana lo dejó al mando mi reina.
- ¿"Mi reina"? Creí que servíais al príncipe Hans -
los hombres no supieron que decir -. Descongelaré Arendelle en cuanto me sea
posible. <<Espero que con eso les baste>>.
- Pero la gente está sufriendo, lleva meses sufriendo ¿qué os
impide hacerlo ahora?
Esta vez fue Elsa la
que no supo que contestar. Una muesca de temor se reflejó en su rostro y los
guardias lo notaron.
- No puede hacerlo - dijo finalmente el hombre de bigote - o
no quiere hacerlo.
- ¡Os equivocáis! Quiero, y puedo.
- ¿Entonces a que esperáis?
- ¡¡Basta, fuera de aquí!! - con un movimiento de su brazo
Elsa liberó un fuerte viento que abrió las puertas del palacio y expulsó a los
guardias, dejando un rastro de escarcha tras de sí -. <<¡Oh, no! No he
debido hacer eso>> - se puso en pie sin poder disimular su miedo.
Los guardias volvieron
a entrar de inmediato. Esta vez más decididos que nunca a acabar con la vida de
la reina.
- ¡Por favor marchaos, alejaos de aquí!
Pero los hombres no
escucharon, y sin pensárselo dos veces una de ellos apuntó con su ballesta y
disparó.
Elsa logró parar el
virote con un muro de hielo que creó de forma inconsciente. Pero el otro
guardia se acercó a ella por la retaguardia dispuesto a atravesarla con la
espada. Sin tiempo para pensárselo dos veces, Elsa disparó una fuerte ráfaga de
hielo que lo apartó bruscamente de ella haciéndolo caer. Entonces con su otra
mano disparó otra ráfaga desarmando al guardia que llevaba la ballesta.
- ¡Marchaos por favor, no quiero haceros daño!
- Ya es tarde para eso - el hombre se puso en pié y cogió de
nuevo su espada dispuesto a abalanzarse bruscamente sobre la reina. La cual,
una vez más logró defenderse creando un muro, o en este caso una jaula para
retener al guardia.
- ¡Marchaos! - rogó una vez más la reina. El miedo estaba
apoderándose de ella, dentro de poco no sería capaz de controlar su poder y
podría ocurrir una desgracia.
El otro guardia
recuperó su ballesta y volvió a disparar, pero Elsa desvió la flecha con una
ráfaga de viento. Oyó el acero contra el hielo, el otro guardia estaba tratando
de romper su prisión, y lo que es peor: lo estaba logrando.
Viento y nieve comenzó
a girar alrededor de la reina, nublando su visión y su conciencia. Entonces
algo le golpeó suavemente el rostro. <<¡El anillo de Jack!>>.
No tenía nada que
perder. Lo arrancó de la cadena y se lo puso.
<<Jack por
favor, ayúdame>>, rogó. Y justo cuando el guardia con espada logró
liberarse y se disponía a atravesarla, algo invisible golpeó su cabeza con
tanta fuerza que cayó al suelo aturdido. Jack sujetó a Elsa y la elevó en el aire.
- ¿¡También vuela!? - exclamó el guardia que seguía en pie -
Levántate zoquete, no dejes que se escape.
El guardia disparó
otro virote que Jack logó esquivar por los pelos. Por lo general era muy ágil,
pero la larga estancia en Arendelle lo había debilitado y llevar a Elsa en
brazos lo ralentizaba considerablemente.
El guardia recargó
mientras se dirigía a la puerta, y el otro guardia ya se había posicionado en
las escaleras cortándoles el paso y con otra ballesta cargada dispuesta a
disparar.
- Jack... ¿qué hacemos? - preguntó Elsa asustada -.
Pero Jack no sabía que
responder. Solo observaba la situación asustado y sin tiempo para pensar.
Sujetó a Elsa fuertemente con un brazo y esta se sujetó a su cuello. Metió la
mano que le quedaba libre en el bolsillo de su sudadera y sus dedos rozaron lo
que buscaba.
El guardia apuntó.
- ¿Jack?
- Nos vamos.
El guardia disparó,
pero antes de que el virote los alcanzase la reina desapareció ante sus ojos, y con ella Jack.