Anna y Kristoff
charlaban en los aposentos de la princesa. Desde que la joven infanta
se enteró de que su hermana había desaparecido tras atacar a los
guardias que enviaron en su busca, y matar a dos de ellos, la
princesa necesitaba compañía y atención casi constante, pues de lo
contrario su cabeza comenzaba a llenarse de malos pensamientos y
recuerdos que la hacían entristecer profundamente. Kristoff no
parecía tener ningún problema en cubrir las necesidades sociales de
la princesa, es más, disfrutaba de su compañía, cosa difícil de
creer tras su primer encuentro y expedición, pero Kristoff creyó
encontrar en la princesa una persona amable y pura diferente a las
demás con las que se había topado: Una persona digna de confianza.
- ¿Y tú qué opinas?
No hubo respuesta a la
pregunta de la princesa.
- ¿Kristoff?
- ¡Eh? Oh, lo siento -
se disculpó el joven fornido mientras se frotaba los ojos -. No sé
dónde tengo la cabeza ¿Qué decías?
- Que si debería poner
la habitación del niño en la última planta.
- Eh... no lo sé. ¿No
sería mejor que el niño estuviera con sus padres hasta qué...?
Bueno... hasta que no llore.
La princesa se llevó
las rodillas al pecho y las rodeó con los brazos, quedando
totalmente encogida en el lateral del sillón. Las llamas de la
chimenea danzaban cerca de ella fundiendo su cuerpo en un juego de
luces y sobras y acentuando la expresión sombría que había
adoptado su rostro.
- Ojalá mi madre
estuviera aquí... Ojalá estuvieran todos.
- Lo siento. Me temo que
no soy de mucha ayuda para estos temas: soy huérfano.
- Lo siento. No lo sabía.
- No llevó un cartel -
trató de bromear el joven sin resultado -. No conocí a mis padres
así que está bien, no los echo de menos - miró a la princesa, pero
esta no apartaba su mirada apática de las llamas -. Vas a ser una
madre maravillosa Anna.
La joven pareció
dignarse a verlo tras ese comentario.
- ¿Cómo estás tan
seguro?
- ¿Bromeas? He visto lo
que eres capaz de hacer por tu hermana, no puedo imaginar lo que
harías por un hijo.
La princesa esbozó
una media sonrisa, cálida como el fuego que calentaba la alcoba.
Bajó los pies al suelo, se inclinó ligeramente y tomó las manos de
Kristoff, grandes y ásperas, pero increíblemente confortables al
tacto.
- Gracias Kristoff.
Gracias por todo. Si no fuera por ti en estos momentos creo que ya
me había vuelto loca.
El joven guardó
silencio mientras sentía las delicadas manos de la princesa entre
las suyas y la miraba a los ojos. Tragó saliva y pensó sus
palabras.
- Es mi deber como
ciudadano del reino cuidar de la princesa.
- Creí que no eras de
ningún sitio en particular.
- Ya... bueno... - Anna
soltó una carcajada mientras Kristoff se frotaba la nuca nervioso.
Era innegable que los
días al lado de la princesa despertaron sentimientos en Kristoff que
nunca antes había experimentado. No solo porque le agradaba su
compañía, si no porque a veces llegaba a sentir que la necesitaba
y, cuando la tenía cerca, la quería más cerca todavía. A veces
incluso se sorprendía a si mismo fantaseando con ella: Los dos
abrazados junto al suave y cálido regazo de Sven con una hoguera
frente a ellos, como ya había ocurrido antes (aunque sin hoguera).
Kristoff no pudo
evitar desviar su vista de los ojos de Anna. El camisón le sentaba
un poco grande y parte del hombro izquierdo de la joven quedó al
descubierto. Se sorprendió levemente al observar las pecas que en él
había, y por un momento el pensamiento y la imaginación le jugaron
una mala pasada, sorprendiéndose a si mismo imaginando el cuerpo
pecoso de Anna bajo los ropajes. Su rostro comenzó a enrojecer y su
temperatura a elevarse.
- ¿Kristoff, estás
bien?
No halló respuesta.
Anna puso una de sus manos en la frente del chico.
- ¡Estas ardiendo! Puede
que tengas fiebre.
De repente Kristoff
alzó la vista y clavó sus ojos en los de Anna, de una forma
violenta e intimidante que provocó un ligero escalofrío en la
princesa. Se inclinó hacia ella y la puerta de la alcoba de abrió
de golpe. Sin tan siquiera girarse para ver de quien se trataba,
Kristoff llevó una de sus manos al hombro de la chica y acomodó la
prenda sobre la piel de la joven.
- Deberías ponerte una
capa o algo. Te va a coger el frio.
Kristoff volvió su
vista hacia la puerta. Hans estaba ahí, de pie, todavía con la mano
en el picaporte.
- Me gustaría hablar con
mi prometida.
- Sí, claro.
El joven rubio se
levantó y antes de salir por la puerta dedicó una leve reverencia
al príncipe Hans, el cual no tardó el cerrar las puertas una vez
Kristoff abandonó la estancia.
- Anna, querida ¿Cómo
te encuentras?
- Estoy mejor, gracias -
hizo una breve pausa y se fretó las manos nerviosa -. ¿Se sabe algo
de Elsa?
Hans no respondió
hasta que se sentó al lado de su prometida y la tomó de las manos.
- No hay rastro de ella.
Yo mismo fui al castillo. Lo único que encontramos fue su ropa y...
esto - el príncipe llevó una de sus manos al bolsillo interior de
su chaqueta. De él sacó la corona de Elsa y se la dio a la princesa
-. Creí que te gustaría tenerla.
Anna asintió con la
cabeza mientras se le humedecían los ojos y alzaba su vista tratando
de evitar que se le escaparan las lágrimas.
- La he perdido - dijo
sin poder controlar el llanto -. La he pedido Hans, era la única
familia que me quedaba.
Hans abrazó a su
prometida y ésta rompió a llorar mientras apretaba con fuerza la
corona entre sus manos.
- ¿Por qué no me dijo
nada? ¿Dónde estará ahora?
- Probablemente tenía
miedo - dijo para tratar de tranquilizarla mientras acariciaba
suavemente su espalda -. Los guardias siguen buscando, me informarán
de cualquier pista que encuentren. Volverás a verla. Te lo prometo.
Pasaron un rato así
hasta que la princesa se tranquilizó. Cuando ésto ocurrió Hans
llamó al servicio y ordenó llevar a la alcoba chocolate caliente y
unos sándwiches.
- La gente está
nerviosa, el pueblo está cosa vez más violento - comentó Hans -
deberíamos hacer algo para tratar de distraerlos.
- ¿Y qué propones
hacer? Ya has visto cómo están las cosas ahí fuera, no podemos
organizar una fiesta o un banquete, sería un desperdicio de
recursos.
- Tal vez saber que
tienen un heredero les de esperanza.
Anna dedicó una
mirada de incredulidad a su prometido. Ambos eran muy conscientes de
que el embarazo no podía hacerse público hasta que estuvieran
casados, por lo que la princesa supo enseguida hacia donde quería
dirigir Hans la conversación.
- No es el momento.
- ¿Y cuando lo será? No
podemos ocultar tu estado eternamente. Las doncellas lo saben,
Kristoff lo sabe, es cuestión de tiempo que todo el mundo lo sepa y
tu nombre quede manchado. Podemos convocar una ceremonia simbólica,
algo sencillo, y cuando todo esto pase tendrás la boda que te
mereces ¡con la que siempre has soñado y la que te prometí!
Anna apartó la vista
pensativa y agachó la cabeza. Quería celebrar su boda por todo lo
alto, con el vestido que había llevado su madre y con su hermana a
su lado en un bonito día de primavera. Pero estaba claro que eso no
era posible. Elsa había desaparecido y si no regresaba le tocaría a
ella cargar con las responsabilidades reales. Era algo para lo que no
se sentía preparada y agradeció tener a Hans a su lado en esos
momentos. <<Debo ser fuerte>> se dijo. <<Por mi
pueblo. Por mi hijo...>>.
- Está bien. Pediré
ayuda y comenzaré a preparar algo sencillo. Intentaré tenerlo todo
listo lo antes posible.
El rostro de Hans se
iluminó de felicidad y besó a su prometida con entusiasmo.
- Gracias Anna. No sabes
lo feliz que me haces. Desearía que todo esto acabara cuanto antes y
pudiéramos llevar una vida tranquila.
- Yo también.
- ¿Puedo pedirte una
cosa más?
- ¿De qué se trata?
- El bebé - dijo
llevando las manos al vientre de Anna -. Me gustaría ponerle el
nombre de mi abuelo. Fue la única persona que me trató bien. Era un
hombre bueno, justo y valiente. Querría que nuestro hijo fuera una
persona con el corazón tan grande como él, y siendo tú su madre
seguro que lo será.
- ¿Cómo se llamaba?
- Key - respondió
mientras acariciaba sonriente y con cariño el vientre de su
prometida.
- De acuerdo. Se llamará
Key, si es un niño.
Hans besó de nuevo a
la princesa y una vez terminaron los aperitivos se retiró para
seguir trabajando.
Anna estaba de nuevo
sola, sin nada que hacer. Se puso una capa gruesa y larga y salió de
la habitación. Bajó las escaleras y atravesó los pasillos hasta
llegar a una habitación llena de polvo que semejaba una pequeña
biblioteca. Había estado allí muchas veces tras la coronación,
pues era la alcoba dónde se había alojado el tutor de Elsa, Borje,
quien falleció unas semanas antes del gran día. La princesa
visitaba la alcoba de vez en cuando en busca de alguna pista sobre su
hermana, pero sólo encontraba libros sobre mitos, magia y leyendas
que no le aportaban nada. Ella buscaba algo especifico: Ella quería
los diarios del señor Borje. Le parecía impensable que siendo el
tutor de su hermana y, muy probablemente, conociéndola mejor que
ella, no tuviera respuestas a sus preguntas. Él nunca le había
dicho nada, ni siquiera cuando preguntaba; Pero ahora no había modo
de que le ocultar la verdad, sólo necesitaba los diarios y estaba
convencida de que los encontraría a menos que los hubiera quemado o
llevado consigo a la tumba.
Revisó las estantería
en las tantas otras ocasiones había buscado. Examinó los armarios y
cajones en busca de algún doble fondo y, en esta ocasión, cogió el
abrecartas que estaba sobre la mesa para abrir el viejo colchón;
Buscó y rebuscó en él sin encontrar nada más que lana de oveja,
trozos de tela y algún que otro bichito.
Se dejó caer sobre la
destrozada cama resoplando y soltó con desgana el abrecartas que
calló haciendo resonar su filo contra el revestimiento de madera del
suelo. Algo en ese sonido llamó la atención de la princesa: No era
un sonido firme y opaco como el que hacían sus zapatos al pisar el
suelo o como el que hacía una espada al caer, si no hueco, como una
pared o una puerta que ocultan una habitación al otro lado.
Anna, algo
dubitativa, se levantó de la cama y arrodillándose se tendió sobre
el suelo, pegó su oreja a la madera y golpeó con el puño. La
respuesta fue la esperada: Un sonido hueco y vació. Apartó
violentamente la alfombra, lo que provocó que una inmensa nube de
polvo se levantara e impactara contra su rosto haciéndola toser. No
le importó demasiado. Se frotó la nariz y los ojos por instinto y
observó el suelo buscando algún agujero, pomo, brecha o cerradura
para acceder a un rincón secreto, pero no encontró nada. Se agachó
de nuevo para ver debajo de la cama, pero tampoco parecía haber nada
ahí. Miró a su alrededor esperando encontrar algo que la ayudara a
desarmar el suelo, pero lo único que había era el abrecartas y no
era lo suficientemente afilado. Trató de mover la cama por si había
alguna brecha que no era posible ver a simple vista, pero era
demasiado pesada para ella. Con mirada firme y decidida, a la par que
algo despeinada, se acomodó la capa y abandonó la estancia
dispuesta a cumplir su propósito, y ahora mismo sólo había una
persona con la que podía contar.
Tras atravesar los
numerosos corredores y salir al exterior por la puerta trasera del
almacén, entró en los establos y vio a la persona que buscaba.
- Kristoff – llamó
ella.
El joven rubio se giró
sorprendido de ver ahí a la princesa, la cual se acercó a él.
- Necesito que me
ayudes con algo. Coge un hacha y sígueme. ¡Y ni una palabra a
nadie!
Sin entender muy bien
la situación, el muchacho fue a por el hacha que se usaba para
cortar leña y siguió los pasos de la princesa hasta los aposentos
abandonados de Borje. Al principio se sorprendió un poco del
desorden, pero más se sorprendió al escuchar la orden que le dio la
princesa.
- Rompe es suelo,
justo ahí, junto la cama – dijo mientras cerraba la puerta tras
de sí.
- ¡¿Qué?! - exclamó
Kristoff sin entender nada.
- ¡Tú hazlo! -
exigió con notable impaciencia.
Confuso pero
obediente, Kristoff tomo la posición indicada por la princesa y
comenzó a golpear el suelo con el hacha. No tardó en hundirla por
completo partiendo la madera y formando una brecha astillada. Fue
entonces cuando Anna le indicó con un gesto que se detuviera.
La princesa se agachó
y comenzó a apartar los restos sueltos del suelo casi con
desesperación. Rompió las tablillas que todavía estaban sujetas al
suelo dejando al descubierto lo que Anna sospechaba: un compartimento
secreto. En su interior había un saco de lana azul; Sin dudarlo
siquiera un segundo Anna extendió su mano.
Con el saco ya en el
exterior la princesa lo abrió intranquila levantando una nube de
polvo que hizo toser a ambos. Kristoff comenzaba a preocuparse por
ella, su comportamiento era demasiado extraño.
-¡Aquí están! -
exclamó Anna con la cabeza casi dentro del saco.
- ¿El qué?
Anna no contestó. Se
acomodó en el suelo ignorando al montañero y puso los diarios sobre
su regazo. Se quedó mirándolos un largo rato pensando qué habría
escrito en ellos ¿Disiparían alguna de sus dudas o por el contrario
no encontraría nada de utilidad? O peor ¡más preguntas! Realmente
le daba miedo lo que pudiera encontrar en ellos.
Acarició la
encuadernación en cuero negro que tenía en número 1 grabado en su
lomo y margen inferior derecho de la portada. Dudó unos instantes,
pero finalmente abrió el diario y comenzó a leer.
“Esta tarde
llegaré al reino de Arendelle. Siento verdadera curiosidad por la
pequeña princesa, sus padres han insistido en que es muy especial y
necesitan a alguien de confianza para instruirla, pero claro, todos
los niños son especiales a los ojos de sus padres.”
(...)
“ En efecto la
princesa es una niña extraordinaria. He tenido mi primera audiencia
con los reyes y conocido a la pequeña Elsa. ¡Esa niña puede crear
hielo y nieve con sus manos! ¡Es impresionante, nunca había visto
nada igual, es como si los cuentos de hadas, magia y trolls que me
contaba mi madre cuando era un crio se hubieran manifestado en la
princesa!”
(…)
“Elsa es una niña
muy despierta y lista, aunque un poco traviesa, siempre congela mi
té. Ha llegado a mis oídos que los reyes esperan otro hijo. ¿Tendrá
también extrañas habilidades? Sinceramente, espero que no, me
gustan las bebidas calientes. Estoy seguro de que Elsa se pondrá muy
contenta cuando lo sepa.”
(…)
“Hoy me encontré
a la princesa patinando en el pasillo. Lo peor es que me engatusó y
acabé jugando con ella en vez de darle clase de protocolo. Espero
que no se lo cuente a los reyes; Será nuestro pequeño secreto.”
(…)
“El embarazo de
la reina empieza a ser evidente. Elsa se ha puesto muy contenta con
la noticia”
(…)
“¡¡Es una
niña!! ¡Una preciosa niña rubia llena de pecas! Se llama Anna y ya
parece llevarse muy bien con Elsa. La pequeña siente fascinación
por los poderes de su hermana... bueno, ¿y quién no? Anna no ha
dado indicios de poseer ninguna habilidad especial a parte de su
encanto.”
(...)
“¡Estas niñas
van a volverme loco! Hoy han robado las espadas de la guardia y se
han puesto los cascos de las armaduras decorativas favoritas del rey.
Se han puesto a jugar a la guerra en el gran salón y han dejado todo
hecho un caos. ¡Menos mal que había pocos muebles! Voy a tener que
ser más duro con ellas.”
(…)
“Hoy Anna y Elsa
se han escapado de palacio y han vuelto llenas de barro y con los
vestidos destrozados. Todavía no tengo claro que ha pasado, pero
tiene que ver con la persecución de un cerdo.
Vuelven a estar
castigadas.”
(…)
“Ha ocurrido algo
terrible: Las niñas estaban haciendo de las suyas por la noche y
Elsa ha herido a Anna con sus poderes. Aunque fue un accidente Anna
está muy grave y no sabemos si se recuperará. Todos rezamos para
que así sea. Por otro lado Elsa está aterrorizada, no sólo por el
estado de su hermana, si no por si misma: Tiene miedo de herir a
alguien más. El rey está dispuesto a tomar medidas para que tal
cosa no ocurra.”
(…)
“Han pasado dos
semanas y Anna todavía no se ha despertado. Está viva, y eso es un
alivio, pero no sabemos en que condiciones despertará.
El rey no permite
que Elsa se acerque a su hermana y la pobre niña lleva días
recluida en su habitación. Me ha dado ordenes claras y concisas de
no dejarla salir a menos que sea estrictamente necesario y siempre y
cuando que no haya otras personas cerca. Me parece una actitud
exagerada pero no se ha tomado bien mis criticas. No me queda otra
que obedecer.”
(…)
“Anna se ha
despertado, pero parece que ha perdido parte de su memoria y no
sabemos si la recuperará. Sus padres insisten en que es mejor así,
pues no recuerda los poderes de su hermana ni el desagradable
accidente.”
(…)
“El rey ha
comenzado a investigar sobre magia y ritos de hechicería. Creo que
lo ocurrido con sus hijas ha sido un golpe demasiado fuerte,
sobretodo ahora que los poderes de Elsa se descontrolan. Creo que
planea un modo de arrebatarle la magia, pero dudo que eso sea
posible.”
(…)
“Esta situación
me supera: Cada día Anna va hasta la habitación de Elsa e intenta
que juegue con ella, pero la pobre niña tiene tanto miedo de si
misma que se niega a abrir la puerta (a parte de que su padre se lo
prohibió.”
(…)
“Creo que la
soledad comienza a destrozar la mente de Elsa: Lleva días
obsesionada con un chico volador que hace conejos de nieve. Pobre
niña, debe sentirse tan sola...”
(...)
“Los reyes
viajarán a Wesenton esta semana para hacer negocios.
Hay pasado años
desde el accidente pero el rey sigue empeñado en tener recluida a su
hija mayor, cuyos poderes cada vez van a peor. Tanto Anna como Elsa
se han convertido en dos hermosas señoritas... la primera más
alegre que la segunda.”
(…)
“No debería
haberlo hecho pero he leído algunos de los informes privados del rey
en su ausencia. Sospecho que quiera deshacerse de Elsa para que no
tenga que reinar. Temo que el viaje a Weselton sea con tales
intenciones. Hablaré claramente con él tras su regreso, si mis
sospechas son ciertas le propondré llevarme a Elsa conmigo (si ella
acepta, claro): Buscaré otro trabajo y me haré pasar por su padre
allá donde vayamos, le ayudaré como pueda y haré que vuelva a ser
la niña curiosa y traviesa que era antes... Esa niña ya ha sufrido
demasiado, no tolerará que le hagan más daño.”
(…)
“Los reyes de
Arendelle han muerto. Su barco naufragó en una tormenta antes de
llegar a su destino . Las princesas están destrozadas. Han pasado
tres días y Elsa todavía se niega a abrirme la puerta.”
(…)
“El rey me ha
dejado al mando de Arendelle mediante un escrito que había preparado
antes de partir. Mis planes de llevarme a Elsa se han esfumado, pero
ese que ella no habría aceptado de todos modos. Ahora no me queda
más que prepararla para que cumpla su destino como reina.”
(…)
“Se que no me
queda mucho tiempo, ya estoy muy viejo.
Elsa está aterrada
con la idea de ser reina, teme que todo acabe en desastre. Y intento
tranquilizarla, pero es extraño que lo consiga, normalmente me echa
de la habitación; Creo que está al borde de un ataque de nervios...
Espero poder estar ahí el día de su coronación y ver a mi pequeña
niña convertida en mujer... y ayudarla en todo lo posible. Quién
sabe, quizá incluso se reconcilie con su hermana.”
El
rostro de Anna iba perdiendo color con cada línea que leía. ¿Qué
era todo eso? ¿Por qué no recordaba ni la mitad de las cosas? ¿A
caso era cierto que su hermana la dejó al borde de la muerte y
perdió la memoria?
Un
remolino de sentimientos se formó en su mente, llegando incluso a
marearla. Lo sabían. Todos los sabían y no le habían dicho nada.
Su cabeza sólo pudo llegar a una conclusión: Había vivido engañada
por todos durante más de diez años. La rabia y la tristeza
afloraron en forma de lágrimas tímidas.
- Anna
¿Te encuentras bien? - preguntó Kristoff preocupado acercándose a
ella.
Tras
un breve silencio respondió.
- Lo
sabían. Todos lo sabían.
- ¿Qué
sabían? No se que está pasando Anna. Francamente, me preocu...
El
joven no pudo terminar de hablar, pues la princesa se abalanzó
llorando sobre él y hundió la cabeza en el pecho del muchacho.
- ¡Me
han engañado! ¡¡Todos!! ¡Todos estos años sabían los de Elsa!
- gritó entre lágrimas.
Kristoff
no supo que decir ni que hacer. Anna siguió llorando durante un buen
rato. Finalmente el joven montañero la rodeó con los brazos; No
porque supiera que eso ayudaría a que la muchacha se calmara,
simplemente porque le apetecía hacerlo. Tras unos minutos la
princesa pareció relajarse un poco, pero el llanto y la rabia la
habían agotado y, sumado a su actual estado de shock, no encontró
fuerzas para levantarse.