Anna estaba en la biblioteca de palacio, recostada en el gran
sillón que había justo al fuego, con una larga manta de lana
burdeos cubriendo su cuerpo de vientre para abajo y con la mirada
fija en las páginas de un libro de leyendas de Arendelle. Había
tratado de distraerse con la lectura, pero su cabeza parecía negarse
a dejar de pensar en los sucesos de los últimos días: La emoción
que había sentido el día de la coronación y como esa misma noche
su vida dio un cambio radical. El encuentro con Hans, la agradable
velada que pasó con él, los poderes de Elsa, su consecuente
desaparición, el estado del reino, el bebé, la boda... la traición
de Hans...
Hans... ese nombre se le clavaba como un puñal en el vientre y el
el pecho. Ya no sabía si sentía tristeza o ira. No sabía como iba
a salir de esa, no se veía capacitada para llevar un reino, ella no
había sido educada para eso. <<No puedo seguir>>, se
dijo a sí misma, <<ya no tiene sentido>>. Esa frase
cruzaba su mente muchas veces, pero algo en su interior, la última
luz de la chispa de su esperanza, le susurraba con voz débil que
debía ser fuerte, que no podía abandonar al reino ni a su hijo, que
las cosas mejorarían.
Un repentino bullicio en las calles hizo que se desconectara de
sus pensamientos. Con prudencia, se asomó a la ventana.
Lo que vio la dejó atónita: El pueblo, probablemente mucho más
de la mitad, y muchos de los invitados de los reinos vecinos se
estaban agrupando ante el palacio. Incluso pudo distinguir algún que
otro rostro conocido de guardias reales y criados entre la multitud.
La furiosa muchedumbre parecía encabezada por el Duque de Wesenton,
el cual blandía en su mano izquierda una bandera de Arendelle con la
silueta de las herederas tachada con una gruesa franja roja. En la
mano derecha empuñaba una espada que relucía con los rayos del sol.
Pudo distinguir con claridad algunos de los gritos: Unos pedían
comida, otros explicaciones sobre la reina y el príncipe Hans.
Querían saber como se encontraban, cuando desaparecerían el frio y
la nieve y por qué Hans había sido exiliado.
Anna estaba paralizada. No sabía que hacer.
Algunos guardias intentaron detenerlos y evitar que llegaran al
patio principal de entrada, pero eran demasiados y se vieron
obligados a retroceder mientras la muchedumbre avanzaba incansable y
furiosa. Casi por impulso, la princesa abrió el ventanal y salió
al balcón.
Los gritos en el patio cesaron, y Anna saludó al pueblo con una
impecable reverencia.
- ¡Exigimos saber – comenzó el duque – el paradero de vuestra
hermana la bruja y el príncipe Hans!
- El paradero de la reina es desconocido – respondió con voz clara
y firme, produciendo un eco atronador –, y el príncipe de las
Islas de Sur ha sido exiliado por traición.
El pueblo comenzó a vociferar; algunos dudosos y sorprendidos,
pero la mayoría furiosos.
- ¿Cuál ha sido su traición? - preguntó el duque - ¿A caso ha
sido mayor que maldecir un reino y abandonarlo?
- El príncipe Hans planeaba tomar Arendell: Traición a la corona.
- ¡Pues tal vez debería haberlo hecho antes! - gritó uno de los
guardias renegados del reino. Todos corearon y aplaudieron la
afirmación.
- ¡Su familia ha traído la desgracia a este reino! - explicaba
exasperado el duque, señalando de forma amenazante a la princesa con
la espada - ¡Es hora de que el pueblo responda! - la muchedumbre
apoyó las palabras.
- ¡Devolvednos el verano y al príncipe Hans! - gritó una mujer.
Una flecha impactó y rebotó contra la balaustrada de piedra del
balcón. Anna, presa del pánico, se metió en la biblioteca, y
retrocedió hasta el centro de la estancia. ¿Qué iba a hacer?
¿Salir de allí? ¿Y si había más traidores en palacio?
De pronto la puerta de la habitación se abrió de par en par. Al
girarse pudo ver a Kristoff con el rostro congestionado y fatigante;
Tenía los ojos abiertos como platos y su pecho se agitaba
contundente con su respiración.
Ninguno de los dos dijo nada. De algún modo Anna logró entender
la situación con solo mirar al chico a los ojos. Los golpes en la
puerta principal y los gritos del pueblo retumbaban en las frías
paredes de piedra. La princesa cogió la manta que había dejado
sobre el sofá, se la echó sobre los hombros y recogió la falda de
su camisón de lana verde mientras corría hacia el joven , el cual
la tomó de la mano rápidamente para guiarla por los pasillos.
Bajaron corriendo las escaleras hasta la planta baja, donde oyeron
crujir las puerta principal. El castillo estaba desierto; Anna tenía
claro que la habían abandonado a su suerte.
Al llegar al final de las estrechas y altas escaleras de caracol
que llevaban a la cocina ambos jóvenes pudieron ver a la criada de
confianza de la princesa. Esperaba impaciente junto al fuego de la
chimenea retorciendo un pañuelo de tela blanca entre sus manos. El
rostro se le iluminó cuando vio a Anna.
- ¡Anna! ¡Mi niña! - El sonido de los pasos, golpes y alaridos en
el piso superior provocó el pánico de la mujer y comenzó a empujar
a la princesa hacia la puerta de servicio -. ¡Tenéis que iros, van
a por vos! ¡El pueblo se ha vuelto loco!
- ¿Pero por qué?
- Se ha corrido la voz del exilio Hans. El pueblo tenía puestas sus
esperanzas en él – explicó Kristoff – Desde lo de Elsa estaban
muy alterados y algunos empezaron a decir que la familia real está
maldita y que conduciría el reino a la ruina.
- ¡Eso es de locos! ¡Mi familia es normal!... Era... Un poco –
agachó la cabeza. De pronto tenía ganas de echarse a llorar -. Yo
soy normal...
Kristoff apoyó su mano sobre el hombro de la princesa y esta le
miró a los ojos mostrando toda su vulnerabilidad. Al joven se le
encogió el corazón. Nunca la había visto así. Quiso abrazarla,
decirle que no le iba a pasar nada, que la protegería y que todo iba
a salir bien, pero lo único realmente útil que podía hacer en
aquel momento era sacarla de ahí.
En el piso de arriba aumentó el estruendo: El gran portón se
abrió, los muebles caían y la gente exija a la princesa. El eco de
los pasos de la multitud comenzó a retumbar en el estrecho corredor
de las escaleras.
- Tenemos que irnos – finalizó el joven.
La criada abrió la puerta, dejando entrar una inesperada y
terrible ventisca que cubrió la entrada y buena parte de la estancia
de nieve.
- ¡¿Pero que demonios?! - Kristoff dudó unos instantes. ¿A qué
se debía ese repentino cambio en el clima? El temporal había
amainado hace días y el tiempo parecía mejorar. Sacudió la cabeza
para expulsar las dudas de su cabeza y concentrarse en su misión -.
Sven nos espera detrás de los establos.
- Tenéis mantas, comida y agua en el trineo. También un poco de
leña, carbón, una lampara, aceite, yesca y pedernal – explicó la
criada – y algunas antorchas. No he podido hacer más.
- Es más que suficiente. Gracias.
Anna depositó un beso sobre la frente de la mujer.
Los tres salieron corriendo. Kristoff trató de cerrar la puerta,
pero había quedado atrancada por la nieve y decidió cejar en su
empeño y seguir a la princesa.
Tal y como había dicho el joven, Sven esperaba inquieto en la
parte trasera de los establos. El viento soplaba tan fuerte que Anna
creyó salir volando en cualquier momento y que el frio le cortaba la
piel.
Ambos jóvenes subieron al trineo. La criada se despidió de la
princesa entre lágrimas y se dirigió corriendo al pueblo lo más
rápido que la nieve y sus flacas piernas le permitían. Kristoff
sujetó las riendas y Sven comenzó a galopar hacia las montañas. La
nevada borraría sus huellas.
- Kristoff... Creo que mi hermana ha vuelto.
***
- ¡Está vacío! - informó uno de los guardias que volvía de la
cocina -. Es probable que haya huido: La puerta estaba abierta pero
todos los caballos están en el establo, no ha podido llegar muy
lejos a pié. Varios hombres están inspeccionando la zona.
- ¿Sabéis que significa verdad? - preguntó el duque - ¡Brujería!
La princesa Anna también es una bruja: Se ha desvanecido y ha
enviado esta tormenta para intimidarnos. ¡Pero no cejaremos!
¡Daremos con ella, y con su hermana! Matarlas es el único modo de
romper esta maldición que nos abraza - <<Y después el pueblo
me escogerá como su nuevo líder por haberlos guiado en la heroica y
noble hazaña; De duque a rey. Ni planeado me habría salido tan
bien>>.
***
El cuerpo azotaba violentamente sus cuerpos y el trineo
haciéndolos tambalear. La nieve se alzaba en el aire nublando la
visión y tiñéndolo todo de blanco. Sven era un reno veloz y había
logrado dejar atrás la ciudad en poco tiempo. Ahora se hallaban en
la falda de la montaña más próxima a la sierra que rodeaba la
ciudad de Arendelle, sin ningún rumbo a seguir.
- Llévame a la montaña del norte, Kristoff.
- No. Con este temporal es demasiado peligroso.
- ¿Y a caso no lo es quedarnos al intemperie? - replicó la princesa
– Llévame a la montaña del norte.
Kristoff dudó unos minutos y examinó sus posibilidades. Era
demasiado peligroso, pero Anna tenía razón, no podían quedarse
rondando por la montaña, las posibilidades de encontrar refugio eran
mínimas y en la montaña tendrían como mínimo un palacio: Si Elsa
no estaba podrían quedarse en él, pero por otro lado, si estaba...
no sabía que podría ocurrir, y actualmente no podían fiarse de
nadie que les diera refugio, ni él tenía un lugar a donde llevarla.
Finalmente fijó rumbo al norte.