El susurro ininteligible de una voz lejana parecía gritar su
nombre.
Abrió los ojos y solo vio oscuridad. Su mente se antojaba vacía;
incapaz de estar presente y procesar el momento.
Poco a poco sus ojos se acostumbraron a la penumbra y pudo intuir
sus manos sobre sus rodillas. Casi sin darse cuenta comenzó a mover
los dedos y un desagradable cosquilleo le subió a lo largo de ambos
brazos.
Cuando finalmente fue consciente de su propio cuerpo se inclinó
hacia un lado para aliviar sus piernas entumecidas por soportar todo
su peso. No sabía cuanto tiempo había estado arrodillada. Para ser
exactos, no sabía quien o qué era.
Pasó el tiempo, tal vez horas, y decidió ponerse en pie. Se
tambaleó sobre el tacón de sus zapatos, así que decidió dejarlos
atrás. Comenzó a caminar sin rumbo en el mar de oscuridad.
Tras un largo rato vislumbró una gran puerta blanca que emitía
un suave resplandor. Extendió su mano acariciando la madera con
suavidad para finalmente detenerse en el picaporte y empujar el
portalón.
Al otro lado había una habitación de paredes azules forradas en
terciopelo y madera. Había una gran chimenea, una gran cama con
cortinas purpuras y, junto la ventana, una cuna oscura de roble. Se
acercó a ella. En su interior descansaba un bebé envuelto en una
manta morada y verde. El bebé, de incipiente cabello anaranjado y
grande ojos azules, clavó su mirada en ella y le sonrió.
De repente, un nombre cruzó su mente como una flecha: Anna; y sin
saber muy bien por qué un sentimiento cálido le invadió el pecho,
devolviendo, sin ser consciente de ello, la sonrisa a la niña.
El fuego se apagó. Miró hacia la chimenea y se acercó
lentamente, descubriendo en su interior otra puerta. Al abrirla pudo
contemplar un enorme prado cubierto de neblina, pero no sintió frio.
Avanzó dejando atrás la estancia y la puerta se deshizo en bruma
tras de sí. Después de caminar durante unos minutos con sus pies
descalzos sobre la hierba cubierta de rocío, llegó hasta un par de
grandes rocas con flores y platos con incienso a su alrededor. Sin
saber por qué una enorme tristeza la invadió por completo
humedeciendo sus ojos, pero al desviar la mirada vio caminar en el
horizonte a una figura ataviada con una capa negra.
Al contemplarla en la lejanía sintió un doloroso pinchazo en el
pecho y la necesidad de correr tras ella. Así lo hizo.
Trató de gritar para que se detuviera, pero no pudo: las palabras
llegaban mudas a su boca. Pero, casi como si la hubiera oído, la
figura se detuvo en seco y se giró hacia ella, dejando ver una cara
sin rostro enmarcada por dos trenzas cobrizas, una de ellas con un
mechón blanco.
<<Me abandonaste>>, dijo una voz en su cabeza. <<Nos
abandonaste a todos>>.
<<Nunca quise hacerlo>>, respondió sin pronunciar
palabra. <<Tenía miedo y quería protegerte. Creí que la
única manera era alejándome de ti. Lo siento, me equivoqué>>.
El rostro de la muchacha comenzó a formarse, dejando ver
finalmente la sonrisa amable y cariñosa de su hermana., embriagando
su cuerpo con una sensación cálida y agradable.
<<¡¡¡Elsa!!!>>.
Oyó otra voz. Esta vez mucho más distante y también
desesperada.
Echó un vistazo a su alrededor tratando de encontrar al dueño de
la voz, pero no encontró nada; ni siquiera volvió a ver a su
hermana. De nuevo, estaba completamente sola, y retomó la marcha.
***
Todos siguieron a Bunny por los engorrosos túneles de la
madriguera; éste en particular parecía mucho más profundo y
antiguo que los anteriores vistos por los guardianes.
Tras dejar atrás toneladas de polvo, telas de araña lo
suficientemente grades como para echarse una siesta, raíces y
fósiles de lo más variopintos, llegaron a un callejón sin salida
con una pared minuciosamente decorada y a la vez maltratada por el
tiempo. En ella se podían ver tallas con motivos vegetales, ovales
y espirales, así como muchos símbolos ilegibles por la perdida y el
desconocimiento de su significado. Entre todos estos adornos era
posible distinguir la huella de un conejo; uno enorme, claro está.
Bunny puso su pata en el hueco y todos las tallas se iluminaron
con una luz amoratada, dando paso a un desagradable temblor que hizo
crujir la tierra y que comenzara a desprenderse sobre ellos una buena
cantidad.
—
¡Nos vas a enterrar vivos patas peludas! - se quejó Norte. Pero
nadie le hizo caso, todos observaban como el enorme muro comenzaba a
deslizarse hacia arriba, dejando ver una estancia oscura, iluminada
únicamente por el bastón dorado que descansaba en el centro de la
estancia.
—
El bastón de los Pokka… - murmuró Toothiana. Bunny asintió.
—
Si puede avivar mi memoria con él podremos encontrar a Jack y
traerlo de vuelta.
Se adentraron en el cuarto con paso lento pero firme; muy
conscientes de que ese momento era un momento histórico y de vital
importancia para los guardianes. Estaban a punto de hacer algo (o al
menos tenía la intención de hacerlo) que no se había hecho desde
los primeros años de la humanidad.
Con infinito tiento, Bunny extendió una de sus patas y sostuvo el
bastón que brillaba con luz áurea. Examinó la reliquia con
detenimiento, admirando la belleza de las gemas que decoraban el
mango y la enorme esmeralda oval que descansaba en uno de sus
extremos. Fijó su vista en ella y enseguida sintió como su cuerpo
se cargaba de energía y vitalidad, avivando su mente y recordándole
cosas que creía perdidas para siempre.
Cerró los ojos unos instantes para asimilar la información
recibida por el báculo, todavía canalizando toda su energía y
sintiendo como si la sabiduría de todo su pueblo le susurrara sus
conocimientos al oído. Inspiró hondo y volvió con decisión hacia
sus compañeros; todos ellos lo miraban con total convicción.
En ese momento rezaron a la luna para que la empresa tuviera
éxito.
***
Tras un largo peregrinaje el paisaje comenzó a cambiar y,
mientras los pasos se sumaban, Elsa tatareaba una alegre melodía y
observaba las flores que habían comenzado a aparecer en el prado,
sin saber que hacía ahí y sin preocuparse por ello. Pero entonces
oyó algo. Otro sonido: un piano, cuyo melancólico sonido
contrastaba con el canturreo de la reina.
Siguió la música, siendo consciente de que recordaba haber
escuchado esa canción en algún otro lugar, aunque no recordaba
dónde ni a quién.
No muy lejos de su posición atisbó un arce joven de hojas
anaranjadas y, al acercarse un poco más, pudo distinguir una puerta
tallada en su tronco. Apoyó su oreja en ella y confirmó que,
efectivamente y tal y como sospechaba, la melodía provenía del
interior del árbol.
Abrió la puerta. Al otro lado se encontraba una estancia amplia y
tenuemente iluminada. Había una niña de cabello pálido y grades
ojos azules abriendo la ventana. Parecía feliz. Pronunció unas
palabras que no logró entender y de repente la felicidad se esfumó
de su rostro, dando paso a la confusión y al miedo. En ese momento
Elsa tuvo la sensación que que había olvidado algo importante;
trataba de asimilar la escena y recordar dónde había escuchado la
melodía que aún sonaba nítidamente en toda la estancia. Entonces
llamaron a la puerta y oyó la voz de su hermana pequeña al otro
lado.
—
¿Elsa? Hazme un muñeco de nieve.
La niña no reaccionó, se quedó congelada mirando a la puerta y
dando la espalda a la ventana, sin saber que hacer y con la
desesperación pintada en el rostro. Anna seguía hablando e
insistiendo al otro lado de la puerta. Elsa no pudo soportarlo y
corrió a abrir la puerta, pero cuando lo hizo, una enorme ventisca
se abalanzó sobre ella.
Durante unos intensos segundos luchó para que el viento no la
arrastrara con él y, al cesar el viento y la nieve, se descubrió a
sí misma en su alcoba del palacio de hielo. Todavía confusa y con
la horrible sensación de haber perdido algo se sentó ahí mismo
intentando recordar, aunque solamente fuera alguna cosa sobre esa
canción. Y, tras unos minutos de frustración, como un rayo, unas
palabras que casaban con el ritmo cruzaron su mente:
<<
A donde tú vayas, estés donde estés,
yo
estaré aquí esperando por ti >>.
Alzó la cabeza y lo repitió una vez más, esta vez con su voz.
Ese simple gesto hizo que lo recordara todo y a todos. Fue consciente
entonces de que no sabía donde estaba y de que sentía un enorme
vacío en el corazón. Sus ojos estaban fijos mirando a ninguna
parte, sus labios pronunciaron con anhelo un nombre: <<Jack>>,
y alguien llamó a la puerta.
Se puso en pie rápidamente. Recordaba ese momento, lo había
atesorado secretamente en su corazón y lo había repetido un millar
de veces en su memoria. Corrió hacia la puerta para abrirla,
deseando ver de nuevo ese rostro pálido y esa sonrisa desinhibida
que la hacía sentirse tan bien, tan fuerte y tan feliz, pero que al
mismo tiempo podía hacerla temblar. Rogó para que todo fuera como
lo recordaba y toparse con los ojos azules y fríos que una vez la
rescataron de la soledad y le dieron esperanza para seguir adelante.
—
¡Jack! - exclamó cuando estaba a punto de abrir el portón.
Más algo extraño sucedió, pues por mucho que empujaba no lograba
abrir la puerta.
Miró la superficie en la que sus manos estaban apoyadas y se
sorprendió al ver que se trataba de un espejo y toparse con su
propio rostro. Retrocedió rápidamente, descubriendo horrorizada que
estaba rodeada de espejos en el vació más absoluto.
***
Anna y Hans salieron del palacio por la puerta más cercana, que
era la principal. Al abrirla fueron testigos de un espectáculo
sobrecogedor, pues la reina lanzaba ráfagas de magia a su alrededor
con expresión psicópata en su rostro mientras se reía a
carcajadas. Ella pareció no percibir su presencia, por lo que
cerraron cuidadosamente la puerta y la princesa se apoyó en ella
agotada.
—
Se ha vuelto completamente loca – dijo más para sí misma que
para Hans -, la he perdido.
El pelirrojo no supo que responder. Era innegable que la reina era
victima de la demencia, y eso la convertía en un peligro para todos.
—
Quizás el duque tenía razón… - continuó la princesa -. Tal vez
lo mejor habría sido acabar con ella antes de que pasara todo esto.
Tal vez actué mal… tal vez actué como una hermana y no como una
líder.
—
¡No digas tonterías! Tú misma me lo dijiste; lo viste: viste como
algo se apoderaba de ella, ¿no?
—
¡Sí! ¡¡Pero ahora no hay nada que se pueda hacer!! - gritó
ella.
Anna se dejó caer deslizando su espalda sobre la puerta hasta
quedar sentada y de llevó las manos al vientre con gesto de dolor.
Ambos guardaron silencio durante un buen rato, hasta que una
arriesgada idea cruzó la mente de Hans y sus ojos brillaron con
decisión.
***
No era consciente del tiempo que llevaba caminando solo entre la
blancura de la montaña. Sus piernas de hundían hasta la rodilla con
cada paso que daba y el viento parecía esforzarse por hacer que
cayera al suelo. Echaba de menos a Sven; ahora más que nunca. La
facilidad que tenía su compañero para viajar entre la nieve nunca
le había parecido tan envidiable como en ese momento.
Tras un par de pausas durante las que creyó no ser capaz de
volver a levantarse, logró vislumbrar entre la niebla la figura de
unas casas en la lejanía. Sin duda alguna se trataba de Arendelle.
No tenía nada claro qué se encontraría al regresar tras el
levantamiento de los hombres y simpatizantes del Duque de Weselton,
pero con un poco de suerte encontraría un lugar donde descasar y
algo para comer. Después podría retomar su búsqueda.
Una fuerte e inesperada ráfaga de viento tumbó Kristoff en el
suelo, quedando parte de su cuerpo hundido en la gruesa capa de polvo
blanco . Su visión era cada vez más confusa; la cabeza le daba
vueltas y el frío entumecía su cuerpo y sus pensamientos. El viento
soplaba bravo, depositando sobre su cuerpo capas de nieve que lo
cubrían como si de una manta se tratase.
La oscuridad no tardó en llegar.
***
La princesa no tardó en distinguir la mirada de decisión de
Hans. Éste se volvió hacia ella para mirarla a los ojos y le sonrió
dulcemente. Ese gesto hizo que Anna recordara tiempos mejores; la
invadió una sensación embriagadora de calidez y le recordó por
unos instantes el sentimiento de felicidad que había llegado a tener
a su lado. Sin tan siquiera ser consciente de ello, una sonrisa
afloró en su rostro y sus ojos se iluminaron de esperanza. Frente a
ella estaba el hombre que amaba, su marido y el padre de su futuro
hijo. Podían intentar cruzar la montaña y en la ciudad más cercana
buscar un modo de viajar a las Isas del Sur; seguro que Kristoff
podría ayudarlos.
—
<<Kristoff...>>
Un recuerdo menos agradable regresó a su mente: de nuevo pudo ver
la cara de pánico del joven cuando ese extraño ser la secuestró y
la llevó de vuelta a palacio. ¿Qué había sido de su amigo? Sintió
como se le oprimía en pecho y unas repentinas ganas de llorar al
pensar que algo malo le podía haber sucedido.
El tacto cálido de la mano de Hans sosteniendo la suya
interrumpió sus tormentosos pensamientos.
—
Espero que algún día puedas personarme – pronunció el joven sin
borrar su tierna sonrisa de su rostro.
“Ya lo he hecho”, quiso contestar Anna. Pero las palabras no
pasaron de su mente; Hans se había marchado y caminaba decidido
hacia la reina.
—
¡Majestad! - exclamó alto y claro el joven príncipe – Liberad
Arendelle, os lo ruego.
La reina se giró hacia el y soltó una pequeña carcajada. A
continuación agitó uno de sus brazos, liberando una potente ráfaga
de aire con multitud de pequeños y afilados carámbanos de hielo.
Pero el ataque no iba dirigido hacia él. Hans contemplaba confuso la
situación. La reina miró hacia el suelo, tras de sí, con los
restos de carámbanos, y sonrió satisfecha para volver a mirar al
joven.
—
Vaya, vaya – canturreó Elsa -. Mira quien a vuelto.
Anna observaba la escena desde el hueco de la puerta entreabierta,
demasiado asustada como para hacer nada.
—
Tomad el reino si queréis – continuó Hans – pero dejad ir a
sus gentes.
—
Y dime: ¿sobre quién gobernaré si no tengo súbditos?
—
Lo habéis congelado a todos ¿qué diferencia hay?
La reina se llevó la mano a la barbilla, pensativa, y reflexionó
unos instantes.
—
Supongo que no tengo excusa: es pura avaricia – concluyó -. No
voy a dejarlos marchar, Hans. Y a ti tampoco, ya que estás aquí.
—
Entonces no me dejáis opción – dijo a tiempo que desenvainaba su
espada con semblante serio y resignado.
Elsa, al adivinar las intenciones del joven, estalló a
carcajadas. Miró hacia atrás sobresaltada y envió al suelo otro
ataque. Hans seguía sin entender ese extraño comportamiento y lo
hacía distraerse. Tal vez ese era su objetivo.
—
No te ofendas principito – dijo muy seria la reina, volviéndose
hacia él – pero ahora mismo no tengo tiempo para perderlo contigo.
Elsa alzó el brazo y sobre ella so formó un enorme carámbano
resplandeciente que levitaba en el aire. Hans no tenía claro si ese
ataque iría dirigido hacia él o por el contrario volvería a
desviarlo. Se puso en guardia, separando las piernas y preparando su
cuerpo para la acción.
—
¿Tú también vas a oponer resistencia? - preguntó jocosa - ¿Por
qué tanta tenacidad por amargarme? ¡me ponéis enfermo!
La mujer lanzó el proyectil con más entusiasmo del que Hans
habría deseado. El joven rodó hacia la derecha esquivándolo por
los pelos y en seguida recuperó el contacto visual con su oponente.
Esta vez parecía estar concentrando entre sus manos una ventisca
enfurecida del tamaño de una bola de cristal y la liberó antes de
que Hans lograra equilibrarse al ponerse en pie.
El viento lo levantó del suelo y lo desplazó unos metros de su
posición, propinándole un fuerte golpe en la espalda y nuca al caer
al suelo. Su vista se nubló unos instantes pero pudo escuchar los
tacones de la reina acercarse a él.
***
Jack logró ponerse en pie tras concentrar todas sus fuerzas. Se
tambaleó un poco, pero logró mantenerse gracias a su cayado.
Alzó la vista buscando a Elsa con la mirada, y la encontró
caminando despreocupada hacia el príncipe Hans. Con un potente
impulso de aire logró desplazarse hasta ella y placarla tirándola
al suelo. El guardián estaba sin fuerzas y calló con peso muerto
sobre Sombra, el cual le propinó una bofetada en la cara y se lo
quitó de encima arrojándolo como un saco de harina.
—
¡Maldito renacuajo! ¿no sabes cuando rendirte? - preguntó
irritado, hasta que tubo en cuenta un detalle del que se acababa de
percatar y sus ojos brillaron divertidos -. ¿Has pasado por la
peluquería mientras no te vigilaba?
Jack trató de volver a levantarse, pero le resultaba imposible:
ahora mismo no había nadie en ese mundo que creyera en él y sus
fuerzas mermaban a un ritmo vertiginoso. Probablemente su cabello se
estaba volviendo castaño… o ya lo era por completo.
El joven alzó la vista y le mantuvo la mirada a la figura esbelta
y bella que se le acercaba. Sombra se detuvo a escasos centímetros
de él y sonrió satisfecho.
—
Ojalá tus amiguitos estuvieran aquí para ver esto.
La muchacha abrió la palma de su mano y en ella comenzó a
formarse una empuñadura que dio lugar a una bonita y detallada
espada de hielo. La blandió con fuerza y la enarboló amenazante…
para soltar un grito de dolor.
***
Un corte limpio y profundo en el hueco poplíteo la hizo chillar y
arrodillar una de sus piernas. La reina se giró furibunda y trató
de alcanzar a Hans con la espada, pero este frenó el ataque con su
estoque logrando así desarmarla.
—
No quiero mataros – confesó el príncipe -. Os lo pediré una
última vez: por favor, liberad a vuestro pueblo.
—
¡Hijo de…
Con un gran esfuerzo la reina se impulsó contra el joven sin
llegar a tirarlo al suelo; se aferró a él para lograr mantenerse en
pie y, posicionando una de sus manos en el pecho del muchacho,
descargó en ella toda su ira; una que atravesó al príncipe como el
más afilado de los aceros.
***
El pecho se le heló de pronto en la seguridad de su escondite,
tras la gran puerta de entrada del palacio. Allí, en el oscuro
pasillo, sus ojos presenciaron algo que le había dolido más que
todo lo pasado el los últimos años. Más que la soledad tras la
perdida de sus padres, más que una traición, más que una
revolución…
Ella no pensó en hacerlo: su cuerpo actuó solo, tomó el control
absoluto de sus actos.
Con un grito desgarrador empujó el pesado portalón al tiempo que
se erguía y salía corriendo al patio, en dirección al cuerpo de su
marido y hermana. Se dejó caer sobre sus rodillas, casi en marcha,
haciendo que se le desgarraran contra la roca al deslizarse sobre
ésta. La reina se apartó del cuerpo del joven quedando sentada en
el suelo y vio como su hermana tomaba la cabeza de Hans para apoyarla
en su regazo.
Anna acariciaba entre lágrimas el rostro del príncipe: estaba
frío y de su pecho comenzaba a emerger hielo que se extendía por
todo su cuerpo.
—
¿Por qué…? - titubeó la princesa - ¿¡Por qué haces esto!? -
gritó, y miró a su hermana con ira y el rostro cubierto de lágrimas
y mucosidad.
No hubo respuesta. Elsa parecía mirarla confusa.
—
¡¡¡Contestame!!! - se puso en pie y se dirigió hacia ella llena
de rabia -. ¡¡¡Por una maldita vez en tu vida, Elsa: dame una
respuesta!!!
Se inclinó hacia la reina, que todavía no reaccionaba, y con
todas sus fuerzas le propinó una bofetada en el rostro cuyo eco se
prolongó en el silencio del vacío durante largos y dolorosos
segundos.
***
Abrió los ojos algo aturdido y miró a su alrededor: no reconocía
aquel lugar pero parecía una especie de establo. Tras de sí había
algo cálido, peludo y mullido; Kistoff se giró a toda velocidad al
notar su respiración.
—
¡Sven! - exclamó el montañero.
El reno abrió los ojos y alzó la cabeza al ver a su amigo,
manifestando su alegría propinándole un buen lametón en la cara al
joven.
—
¡¿Sven, que haces aquí amigo?! - preguntó, feliz de verlo de
nuevo - ¿Me has rescatado de la montañas? ¿Me has traído tú
hasta aquí?
El reno respondió asintiendo con la cabeza. Kristoff sonrío con
cierta amargura.
—
Siento
haberte dejado solo en las montañas – confesó -, pero no quería
ponerte en peligro. Creí que era una buena idea.
Sven se limitó a bufar y ambos guardaron silencio unos segundos,
hasta que el eco de un grito conocido rompió ese instante de
sosiego.
***
Era un círculo perfecto, y ella estaba en el centro.
Mirara a donde mirara solo podía ver su reflejo, que la observaba
confusa. La angustia comenzó a consumirla rápidamente; solo quería
salir de ahí y reencontrarse con Anna y Jack.
Golpeó los cristales, placó contra ellos… pero nada parecía
afectarles. Se dijo así misma en repetidas ocasiones “despierta,
despierta”, convencida de que todo era un mal sueño muy real. Pero
nada funcionó; ni siquiera sus poderes.
—
¿Por
qué quieres salir? - preguntó entonces una voz.
Elsa miró tras de sí y descubrió una figura que no la imitaba y
la miraba fijamente a los ojos. La reina se acercó a ella.
—
No tengo nada que hacer aquí y quiero volver a ver a mis seres
queridos. A demás, tengo muchas cosas de las que hablar con mi
hermana.
—
¿Crees que querrá escucharte después de todo lo que ha pasado? -
preguntó su reflejo, con una media sonrisa dibujada en los labios.
—
Sí – respondió segura y tajante.
—
Que ilusa… - dijo otra voz tras de sí. De nuevo, la reina buscó
la fuente de las palabras y dio con ella al toparse con un rostro de
ojos gélidos y sonrisa siniestra –. Al decir verdad tu hermana
está muy enfadada contigo ahora mismo.
—
No la culpo – respondió Elsa con cierto deje de culpabilidad.
—
Dudo mucho que quiera hablar contigo o volver a verte siquiera.
—
Eso lo sabré cuando la vea.
El reflejo de Elsa chasqueó la lengua notablemente molesto.
—
¿Qué harás si no puedes arreglar las cosas? - preguntó.
—
No lo sé – respondió ella con firmeza.
—
Sabes que no podrás estar con Jack ¿verdad?
—
Lo sé.
La reina frunció el ceño al otro lado del espejo; parecía estar
perdiendo la paciencia: en un pasado no muy lejano las emociones de
Elsa ya se habrían descontrolado, pero ahora se mantenía
inamovible.
De pronto, una extraña sensación lo atravesó como un rayo. Una
presencia que conocía acababa de manifestarse muy cerca de él;
ladeó la cabeza mirando a la nada y con un ligero ápice de
preocupación. Casi inconscientemente pronunció unas palabras entre
susurros, y Elsa puso leer sus labios al otro lado del espejo:
“tenemos compañía”.
***
Los cuatro aparecieron en el centro de un pequeño remolino
espaciotemporal. Todos se apoyaban sobre Bunny, que sostenía el
cetro dorado con ambas manos.
Norte, el cual estaba más pálido de lo normal, abandonó la
formación alejándose a escasos metros, donde se arrodilló y dejó
salir por su boca todo lo que guardaba en el estómago. Sandy apartó
la vista de aquella desagradable visión pero Toothiana y Bunny
fueron incapaces de dejar de observar a su compañero, aun con una
mueca de asco en sus rostros.
—
¿Viajas en trineo y no puedes con esto? - se burló el Pooka.
Norte no contestó. Se limitó a erguirse tembloroso y limpiarse la
boca con su robusto brazo en un intento de recuperar la dignidad que
acababa de vomitar.
Por primera vez todos vieron a su alrededor. Estaban en una
estancia amplia y tétrica, cubierta de hielo, bruma y estatuas
humanas congeladas con expresión de horror. Sandy sintió un fuerte
escalofrío y formó una silueta conocida por todos con su arena
dorada.
—
Sombra – dijo Norte muy serio -. Ha estado aquí, no cabe duda.
Su compañero asintió con la cabeza.
—
Siento la presencia de Jack, pero es muy débil – explicó el hada
-. La de Sombra, en cambio, es clara y poderosa.
—
Debemos encontrar a Jack antes de que sea tarde – declaró Bunny.
El grupo salió de la sala del trono y atravesó los los
laberínticos corredores del palacio, siempre guiados por la tenue
presencia de su compañero. Al doblar la esquina pudieron ver en el
medio del pasillo un gran portón abierto de par en par. Toothiana se
dejó llevar por su preocupación en ese momento y adelantó a sus
amigos con un incansable aleteo. Lo que vio al otro lado de la puerta
la dejó helada:
Un hombre yacía muerto en el suelo, con parte de su pecho
totalmente congelado y un charco de sangre bajo su cuerpo. La reina,
sentada en el suelo, miraba con burla a la mujer de cabellos cobrizos
y rostro enfurecido que tenía en frente. Lejos, tendido sobre la
nieve que cubría el suelo, distinguió la figura de su amigo, inerte
y con el cabello castaño.
Sin pensárselo dos veces y antes de que sus amigos pudieran
alcanzarla, Toothiana voló veloz hacia su amigo, hasta que una
repentina ráfaga de hielo que formó un pequeño muro frente a ella
le cortó el paso. Cuando se giró, pudo ver a Elsa con su mano
extendía y a la otra muchacha en el suelo. Con un simple gesto, y
sin mirar siquiera hacia Anna, la reina creó una cúpula al rededor
de su hermana, la cual comenzó a golpear la estructura y a gritar.
Pero sus esfuerzos eran el vano. La reina fijó su mirada en el hada,
no ajena a la presencia de los demás guardianes, y sonrió
macabramente.
—
¡Qué sorpresa! - exclamó Elsa -. Realmente no esperaba veros por
aquí. De saber que vendríais os habría preparado algo.
—
¿Cómo una trampa? - preguntó Norte, todavía bajando las
escaleras de palacio con el resto de sus compañeros.
—
Tal vez - respondió la reina virando su cabeza hacia él -. O una
celda acogedora.
—
Sal del cuerpo de Elsa, Sombra, y regresa a las tinieblas de las que
provienes – exigió Bunny.
—
¿Le estás dando ordenes a la reina? - se burló falsamente
ofendido - ¡Qué atrevimiento! - Sombra soltó una pequeña
carcajada -. Decidme una cosa: si no lo hago ¿cómo pensáis sacarme
de aquí? ¿Vais a matar a Elsa?
Los guardianes de miraron entre ellos y guardaron silencio
impotentes, a merced de la oscura mirada de su enemigo. La reina
esbozó una media sonrisa de triunfo en su rostro.
—
Estáis acabados – sentenció.
***
El duelo frío continuaba en aquel lugar oscuro e inhóspito, tan
solo existente en el interior de la reina. Ella estaba en el centro,
y todos sus reflejos clavaban su mirada sobre ella, esperando a que
se desmoronara. Todos ellos eran iguales a ella, pero a la vez
completamente distintos, y se podía observar a simple vista por la
maldad y el vacío que se escondían tras sus ojos.
—
¿Por qué te sigues esforzando? - preguntaron todas las chicas tras
los espejos al unísono.
—
Porque ahí fuera hay gente que me importa – respondió muy seria.
—
Pero sabes perfectamente que ellos están mejor sin ti –
respondieron - ¿O acaso no recuerdas que ese fue el motivo por el
que huiste de Arendelle?
Elsa sintió como un puñal se le clavaba en el corazón. En ese
momento estaba tan obcecada en regresar con Anna y con Jack que
parecía haber olvidado un recuerdo que seguía enterrado en su
mente: el como casi mata a su hermana cuando eran pequeñas. Sí: en
efecto su poder era un peligro para todos, su padre se lo había
repetido constantemente, quedando grabado en su memoria como un
dogma. Pero si tan peligrosa era ¿por qué nunca dejaron de educarla
como futura reina? Incluso tras la muerte de los reyes, Borje, su
tutor, la había cuidado como tal. De algún modo sintió en el fondo
de su corazón una tímida llama de esperanza. Quizás no se lo
hubieran transmitido de la mejor manera pero, de algún modo, sentía
que sus padres confiaban en ella, de lo contrario nunca habrían
depositado tal responsabilidad sobre sus hombros.
Entonces finalmente lo entendió. Ella no había huido porque
sintiera que era un peligro o estuviera prisionera de sus poderes:
ella era prisionera del miedo; y cuando Jack llegó, ese miedo que la
había acompañado desde el accidente desapareció.
—
No…
- murmuró Elsa -. Yo no soy el problema – miró fijamente al
reflejo que tenía en frente -. ¡Tú lo eres!
—
¿Me echas la culpa de tus desgracias? Que poca madurez.
—
El miedo, ¡el miedo fue lo que me hizo huir! - explicó acercándose
al espejo – ¡Y tú eres el miedo! ¡Eres Sombra! Dijiste que te
llamé hace mucho tiempo y que tardaste en llegar a mí, ¡pero era
mentira!
Su reflejo sonrió.
—
Chica lista… - reconoció -. Puede que una pequeña parte de mí
llegara a ti antes. Desde luego nunca habría podido regresar
completo de no ser por ti.
—
¡Pues ahora te quedarás aquí conmigo para siempre!
Como si el cristal hubiera desaparecido de repente, Elsa tomó la
mano del reflejo te tenía frente a ella.
—
¡No volverás a atormentar a nadie! - sentenció la joven.
La muchacha del espejo recuperó su forma original y observaba
ojiplático y horrorizado como su brazo y el de la reina comenzaban a
congelarse con rapidez. La magia era tan fuerte que no podía hacer
nada contra ella, ni siquiera convertirse en arena.
—
¡¿Qué haces?! - exclamó - ¡No! ¡¡PARA!! ¡Nos congelaremos
los dos!
Elsa lo miró fijamente y sonrió con sinceridad y los ojos
húmedos.
—
Chico listo.
***
Otra ráfaga helada se dirigió hacia Norte, pero éste pudo
desviarla con un preciso movimiento de sable. Sandy se elevó en el
aire para tratar de pillar al adversario desapercibido, pero Sombra
levantó un muro tras de sí para frenar su ataque; entonces
Toothiana y Bunny atacaron por el lateral propinándole un buen golpe
que hizo rodar el cuerpo de la reina hasta el centro del patio.
Sombra tardaba en levantarse y comenzó a retorcerse sobre sí
mismo. Entonces algo más extraño sucedió, y del cuerpo de la reina
comenzó a brotar arena negra que trataba de huir a toda velocidad,
pero esta quedaba congelada antes de poder alejarse. La reina se puso
en pie y un fuerte halo de bruma helada la rodeó.
Miró a su alrededor, confundida. Vio a Hans muerto y medio
congelado en el suelo, y a su hermana dentro de una cúpula mientras
un hombre rudo y rubio trataba de romperla. Elsa movió ligeramente
su mano derecha y la prisión oval estalló. Entonces, con lágrimas
en los ojos y una sonrisa amarga se dirigió a ella sin abandonar su
lugar.
—
Anna… - comenzó con profundo pesar - . No te voy a pedir que me
perdones; entiendo que no quieras hacerlo. Solo quiero que sepas que
te quiero.
La princesa no respondió. Estaba demasiado perpleja y cansada. No
entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Kristoff la ayudó a
ponerse en pie, y justo entonces otra oleada de arena negra susguió
a los pies de Elsa, elevándola unos centímetros del suelo.
Los guardianes observaban la escena perplejos. Elsa se elevaba
poco a poco sobre cascadas de arena negra que surgían de su cuerpo y
se congelaban casi al instante, creando una especie de fuste.
Jack, en la otra esquina del patio, recuperó las fuerzas y el
color de su cabello poco a poco. Cuando abrió los ojos y se puso en
pie, lo primero que pudo ver fue a Elsa elevarse y cubierta en bruma.
Sin pensárselo dos veces alzó el vuelo hacia ella y, en la
cercanía, notó su piel brillante, como si estuviera cubierta de
rocío. Ella lo vio y sonrió.
—
Jack – dijo con alegría y pesar.
—
¡Elsa! - exclamó el muchacho confundido - ¿Qué haces? ¿Qué
está pasando?
—
Estoy… intentando arreglar las cosas – confesó aguantando las
lágrimas -. Recuerda darle la carta a Anna, por favor.
Jack asintió serio y con los ojos húmedos. Sabía perfectamente
lo que Elsa trataba de hacer y que ya no había vuelta atrás; de
hacerlo, Sombra podría escapar.
Ambos jóvenes se miraron con cariño y amargura mientras el fuste
seguía creciendo y la piel de Elsa se hacía más y más blanca,
casi tanto como la luna que ya brillaba en el cielo.
—
Me alegra poder verte por última vez – dijo al tiempo que una
lagrima se deslizaba tímida por su mejilla -. Gracias por todo,
Jack.
—
Elsa…
Jack trató de contener su llanto, pero no pudo. Las lagrimas
cayeron por su rostro y este se tornó rojizo. El cuerpo de la reina
comenzó a congelarse a la altura de los pies y el hielo subía
incansable por sus piernas. No les quedaba mucho tiempo.
El muchacho se secó las lagrimas con la manga de su sudadera y
acto seguido acarició el rostro de Elsa, secando así las de ella.
La miró con cariño la la besó con ternura hasta que una capa de
hielo los separó para siempre.
Separó su rostro del de la reina, completamente congelado, y lo
miró con infinita tristeza. Le había arrebatado aquello que más
quería, y de nuevo volvía a sentirse vacío. Pero, por suerte o por
desgracia, ella siempre permanecería viva en su memoria, así como
sus sentimientos.
—
Gracias, Elsa.
El silencio que se había formado en aquel momento era abrumador.
Y solo fue interrumpido por los gritos y llantos de Anna, que yacía
arrodillada y desconsolada junto a su hermana y el que había sido su
marido.
Los guardianes observaban la escena impotentes, con pesar en sus
miradas. Miraban el marco de la escena, en la cual ellos eran
invisibles, deseando poder consolar de algún modo a la princesa y a
su compañero, que todavía permanecía en lo alto con la figura de
Elsa.
Estuvieron allí un buen rato, hasta que Jack descendió y se unió
a ellos. Sin decir una sola palabra metió su mano en el bolsillo y
dejó caer a los pies de Anna la carta que su hermana le había
escrito. Después de eso miró fugazmente a sus compañeros y se
adelantó.
Toothiana lo siguió rápidamente hasta la puerta del patio y lo
abrazó repentinamente por la espalda. Entonces él agarró las manos
de su amigá y rompió a llorar.
Sandy siguió a sus compañeros, pero antes de abandonar aquel
lugar echó la vista atrás. Anna continuaba llorando, ahora abrazada
al muchacho rubio. La luna brillaba en el cielo iluminando la figura
de la reina, y supo que no se había girado por casualidad.
Se acercó a los jóvenes y puso sus manos sobre ellos, dejando
caer un poco de polvo dorado sobre ellos. Este simple gesto pareció
calmarlos, pero en realidad, había borrado de sus mentes todo lo
relacionado con Sombra, y con ello los recuerdos más dolorosos y
oscuros. Tras eso, alzó sus pequeños brazos e hizo caer una tenue
lluvia dorada sobre todo Arendelle. Solo entonces, cuando finalizó
aquel extraño ritual, volvió con sus compañeros, los cuales ya lo
esperaban posicionados al rededor del báculo dorado que Bunny
sujetaba con ambas manos.
Habían rotos sus propios dogmas e irrumpido en otros mundos. El
resultado fue desastroso, pero se preguntaron si con el poder que
ahora tenían sería posible visitar oros lugares con seguridad,
aunque fuera durante un corto periodo de tiempo. Realmente les habría
gustado saber como sobreviviría el reino de Arendelle.
***
Dos años había pasado ya desde el trágico incidente que se
llevó la vida de la reina legitima y del príncipe Hans. Nadie
recordaba exactamente que es lo que había ocurrido, pero la versión
oficial era que el duque de Weselton había planeado un levantamiento
contra la familia real mientras la reina estaba ausente y la infanta
y su marido gobernaban. Lograron tomar el palacio y hubo muchos
muertos.
Hoy se celebraba una gran misa para recordar a todos los caídos,
pero la reina no se presentó esa vez. En lugar de eso se levantó
temprano para visitar la tumba de sus padres y tras eso regresó a
palacio. Primero pasó un buen rato junto a su hermana. Daba igual
cuanto brillara el sol, la estatua de hielo permanecía firme en su
lugar y tan fría como siempre, con la cabeza ligeramente alzada y lo
que a su hermana le parecían desde abajo lágrimas en las mejillas.
Cuando llegó el crepúsculo se dirigió al mausoleo de la
familia, justo bajo el palacio. Allí había estatuas y sepulturas
dedicadas a todos los miembros de la familia, incluidos sus padres y
hermana, y por supuesto también el que había sido su esposo.
Aunque sus restos habían sido enviados de vuelta a las Islas de
Sur, Anna insistió en que tuviera su lugar en el mausoleo, con el
resto de la familia; al fin y al cabo fue el hombre al que una vez
amó y el padre de su hijo.
Su estatua lucía tal y como lo recordaba: alto, de mirada amable
y con pose decidida, con una mano sobre su pecho y la otra en su
florete.
El tiempo siguió pasando, y con él llegó el invierno y nuevas
noticias: la reina había anunciado su compromiso con el caballerizo
real, un joven huérfano y anteriormente vendedor de hielo llamado
Kristoff, el cual había ayudado a Anna durante la crisis que sufrió
el reino.
Anna arropaba a su hijo, Kay, con una dulce canción de cuna.
Cuando lo tapó bien con las mantas de lana y antes de despedirse de
él, apartó los finos mechones pelirrojos de su frente y depositó
sobre ella un suave y cálido beso. Se inclinó frente a su
escritorio y revolvió entre sus papeles hasta dar un una carta que
atesoraba con cariño. Una que llegó inexplicablemente a sus pies el
día en el que murió su hermana y la cual le gustaba releer cada
invierno para sentirse más cerca de ella. La nieve le recordaba
demasiado a Elsa y le habría gustado arreglar las cosas entre ellas;
pero no hubo oportunidad a pesar de la intención que guardaban ambas
partes. O al menos, eso es lo que decía la carta.
“Querida
Anna:
Siento
tener que dirigirme a ti por carta, pero antes de que accedas a habar
conmigo hay algunas cosas que quería aclarar. Luego podrás decidir
si creerme o no y por consiguiente concederme tu perdón.
Durante muchos años me pediste que abriera mi puerta y que
habláramos; finalmente estoy dispuesta a hacerlo y contarte toda la
verdad:
Cuando
eras pequeña de dañé gravemente mientras jugábamos con mis
poderes. Pasate varios días en coma y perdiste parte de tu memoria.
Tras esto, padre y madre me encerraron en mi habitación y me
convencieron de que era un peligro. Traté de aprender a controlar
mis poderes, pero he descubierto que éstos están ligados a mis
emociones, y mis emociones llevan demasiado tiempo inestables y
atormentadas. Pero he conocido a alguien, y me está haciendo
experimentar cosas que nunca antes había vivido; siento que me estoy
liberando poco a poco y por ello parece que finalmente comienzo a
coger las riendas de mis emociones. Por ello, creo que es seguro para
ambas reunirnos de nuevo y hablar las cosas. Sé que subiste a la
montaña para intentarlo una vez, y si decides volver a hacerlo te
reviviré con los brazos abiertos y el viaje será mucho más fácil,
creeme: Jack, mi guardián, te acompañará.
No
puedo explicarte en este pedazo de papel lo que es un guardián. Ni
siquiera yo acabo de entenderlo; pero si vienes trataré de
explicártelo lo mejor posible y, con un poco de suerte quizás
puedas conocerle.
Siento
mucho todo por lo que has tenido que pasar: me comporté como una
estúpida y me siento estúpida; pero quiero arreglarlo todo y que
volvamos a estar unidas como antes.
PD:
También quiero disculparme por mi comportamiento en lo que se
refiere a Hans. Creo que comienzo a entender como te sientes con él
y, aunque me sigue pareciendo una locura, no seré yo quien se
interponga entre vosotros: tienes mi bendición.
Con
cariño:
Reina Elsa de Arendelle
-
Tu hermana -”
Anna sonrió con añoranza y miró la carta una vez más. No
sabría decir exactamente por qué, pero en aquel momento se sentía
en paz. Sintió que su hermana la había perdonado y que al fin
habían hecho las paces. Se dirigió hacia la chimenea y dejó caer
la carta en las llamas, sintiendo que el fuego purificaba su ser y
enviaba su mensaje a Elsa donde quiera que estuviese.
Se quedó contemplando el danzar de las llamas hasta que el papel
se consumió por completo y entonces miró por la ventana, donde al
otro lado el cielo era iluminado con una majestuosa luna llena. Bajó
la vista al patio para mirar a su hermana y, a los pies de la
estatua, descubrió algo que hizo sobrecoger su corazón: un muñeco
de nieve al que le faltaba la nariz, muy similar a los que solían
hacer juntas de pequeña.
—
¿Olaf…?
- susurró para sí la reina.
Entonces, vio como en una de las esquinas de la ventana, cuyos
cristales estaban ligeramente cubiertos de escarcha, se formaba una
frase:
“
¿Quieres hacer un muñeco de nieve?”.
FIN