El tiempo pasaba en el reino de Arendelle y Elsa seguía
desaparecida. Para sorpresa de todos, la nieve había comenzado a
derretirse en las zonas más cálidas del reino y las gentes ya
podían circular por las calles con normalidad.
El sol brillaba radiante en el cielo despejado y Anna fue
consciente de ello al mirar por la ventana. A ella le encantaba el
sol y lo extrañaba. Aún así fue incapaz de alegrarse, pues el
hecho de que volviera el buen tiempo sólo era debido a que su
hermana estaba ahora más lejos de ella que nunca. Se sentía sola y
miserable, sin ningún familiar conocido al que acudir, sin nadie en
quien confiar... Ni siquiera en su propio marido. Dudaba si algún
día sería capaz de confiar en alguien de nuevo y, aunque lo
intentaba con todas sus fuerzas, no podía dejar de pensar que en
algún momento, tarde o temprano, todos la traicionarían.
- <<¿En qué estaba pensando? Elsa tenía razón... Tenía
razón en todo... Soy una insensata: Casarme con un hombre al que
apenas conozco...>>
Se llevó las manos al vientre incipiente y de pronto sintió
ganas de llorar, aunque le pareció que las lagrimas se le habían
agotado hace tiempo.
- ¿Así está bien, majestad?
La voz de de la costureras la alejó de sus pensamientos. Apartó
la vista de la ventana y se vio reflejada en el espejo, ataviada con
un bonito vestido en tonos azules y negros con detalles morados y
verdes.
- Si. Está perfecto – respondió sin ningún tipo de expresión en
su voz -. Retírate por favor.
La mujer ayudó a la princesa a cambiar su vestimenta por una
púnica sencilla y olgada de color magenta. Cogió el vestido en el
que estaba trabajando y dejó a Anna sola en sus aposentos.
La princesa se sentó junto a la ventana, apoyó su cabeza en el
cristal y cerró los ojos lentamente. Cuando los abrió al cabo de
unos minutos, sintió algo extraño en la estancia y un escalofrío
recorrió su columna vertebral. El sol había sido cubierto por
densas nubes y hacía más frio de lo normal.
Sin saber muy bien porqué se puso en pie y avanzó hasta la
puerta. Salió de la habitación, avanzó por el lúgubre pasillo sin
ser dueña de sus pasos. No encontró a nadie durante todo el
trayecto. El chasquido de la leña al fuego y la luz que se asomaba
tímidamente tras un puerta arrimada hizo que tomara un nuevo rumbo.
Abrió la puerta y su cuerpo fue invadido por la calidez que
emanaba de la chimenea. Esa era la estancia donde Hans pasaba la
mayor parte del tiempo. Recorrió la habitación como si de un alma
en pana se tratase, acariciando cada mueble, libro o planta que
encontraba en su camino, como si toda la realidad que la rodeaba
hubiera quedado ya muy atrás. De pronto, una carta con el sello roto
de las Islas de Sur llamó su atención. Sin pensárselo dos veces la
tomó entre sus manos y la abrió; Pero cuando quiso comenzar a leer
el papel se desrizo entre sus dedos en forma de arena negra.
Retrocedió, desconcertada y sorprendida, sólo para percatarse de
que más arena negra caía del techo, como si de nieve se tratara.
Alzó la vista, y en ese mismo momento, la estancia se derrumbó
entera sobre ella enterrándola en la más completa oscuridad.
Trataba de respirar, de salir de ese siniestro mar arenoso y sombrío
pero, cuando por fin logró hallar la superficie se vio en medio de
una blanca y terrible tempestad.
Una voz familiar la llamó por su nombre. Anna se dio la vuelta.
- Hola, hermana.
- Elsa...
Abrió los ojos de repente, sobresaltada, jadeando y sudando.
- <<Un sueño... >> - pensó para si misma respirando
entre cortadamente. Cruzó los brazos sobre su pecho y frotó los
brazos son las manos para tratar de entrar un poco en calor y
quitarse la desagradable sensación de ese mal despertar.
Se puso en pie y salió de la habitación para después atravesar
los largos pasillos hasta la sala de reuniones y operaciones dónde
solía estar su marido. Llegó a la estancia, pero ésta estaba vacía
y con la chimenea apagada, por lo que supo que nadie había estado
ahí en todo el día.
Comenzó a recorrer la estancia, pues no tenía nada mejor que
hacer. Observó las estantería llenas de libros, polvo y pergaminos.
Acarició los sillones, sillas y mesas a su paso con una extraña
sensación de déjà vu. Corrió las cortinas para llenar de
claridad la estancia, y abrió la ventana para dejar entrar el aire.
Un fuerte soplo de viento frio sacudió el cabello y ropa de la
princesa, así como las cortinas y los apeles que había sobre la
gran mesa rectangular de caoba. Pero no el importó. Se quedó un
rato frente a la ventana, disfrutando de ese viento que le recordaba
tanto a las mañanas de invierno con su familia... si es que dichos
recuerdos eran ciertos.
- <<Ojalá pudiera volar – se dijo a si misma mirando el sol
en el claro horizonte -. Ojalá pudiera volar e irme lejos...
dejarlo todo atrás...>>.
Por un momento sintió el impulso de saltar por la ventana e
intentarlo, pero sabía perfectamente que no era posible.
Cerró la ventana y se dio la vuelta para observar el desastre que
el viento había provocado: Papeles, cartas, plumas y mapas estaban
desperdigados de forma aleatoria por la mesa, el suelo y los
sillones. Comenzó a organizar el desorden, agachándose para recoger
las hojas perdidas que descansaban en la alfombra para al menos
devolverlas a la mesa. Entonces, justo sobre la manta de lana verde
que cubría el sillón que tenía en frente, vio algo que hizo que le
diera un vuelco el corazón y se paralizara su cuerpo.
Tragó saliva y trató de tranquilizarse sin apartar la vista de
ese sobre abierto con el sello de Las Islas del Sur. <<Es sólo
una coincidencia>>, se dijo mientras recordaba su extraño y
abrumador sueño. Se inclinó hacia delante quedando de rodillas en
el suelo y cogió la carta con dedos temblorosos. Una desagradable y
fría sensación la invadía por dentro al recordar el miedo y la
angustia que había sentido cuando quedó atrapada en la oscuridad de
su pesadilla. Sabía que el techo del palacio no se convertiría en
arena y caería sobre ella, pero podían ocurrir cosas peores y tenía
un mal presentimiento.
Dudó unos instantes, pero finalmente abrió el sobre y sacó la
hoja escrita de él; La desdobló y comenzó a leer, no sin sentirse
un poco culpable por ello.
Su rostro perdió el poco color que le quedaba.
Estaba de nuevo en su habitación, con los ojos hinchados de
llorar, la cara roja de ira y apretando la maldita carta desesperada
entre sus manos. Unos pasos fuertes y apresurados se oían al otro
lado de la habitación y de repente la puerta se abrió dejando ver
la figura de un Kristoff jadeante.
- Anna ¿Qué ocurre? Me han dicho que necesitabas verme, que era
urgente – hizo una pausa mientras observaba como la princesa le
miraba cabizbaja desde la silla junto a la ventana -. Oh... lo
siento. No he llamado a la puerta.
- ¡Olvídate de eso! - exclamó a punto de volver a romper a llorar
-. Ven aquí.
El joven cerró la puerta tras de si y movió un reposa pies que
había junto al sofá ara sentarse frente a la princesa.
- Mira esto – le dijo Anna a tiempo que le tendía la carta ya
fuera del sobre.
- Es una carta.
- Leela.
- No se leer – informó ligeramente avergonzado.
- ¡Kristoff... he sido víctima de un ardid!
- Vaya... Pues no sé que es eso pero suena horrible.
- ¡Un embeleco, una treta, un engaño!
- ¡Ah! Pero, ¿de quién?
- ¡De todos! ¡Mi vida es un maldito engaño!
- ¿Tiene algo que ver con lo de tu hermana y tus recuerdos perdidos?
- No – respondió agachando la cabeza a tiempo que una lágrima
tímida se deslizaba por su mejilla -. Es Hans – tomó aire y trató
de tranquilizarse -. Esta carta es de uno de sus hermanos. Planeaban
hacerse con Arendelle desde dentro. Hans era el único soltero de sus
doce hermanos, quieren usar su compromiso conmigo para ampliar su
reino. ¡Estaba todo planeado! ¡Él no me quiere! Sólo quería el
trono de Elsa... y ahora que ella no está ya lo tiene. ¿Qué soy yo
ahora para él?
Anna no pudo aguantar más y rompió a llorar. Kristoff se sintió
impotente al verla así de nuevo, no sabía que podía hacer para
mejorar su situación, al fin y al cabo él era un simple vendedor de
hielo... (sin trabajo, dadas las circunstancias).
- No se que debo hacer ahora.
Kristoff no tuvo tiempo de usar la cabeza para pensar cuando las
palabras ya salían por su boca.
- Bueno, el reino sigue siendo tuyo.
- Y suyo – puntualizó con un leve hilo de voz.
- Pero tú eres la heredera legítima después de tu hermana, y toda
la gente del reino te apoyará a ti.
- Hans ha sacado a delante el reino durante este tiempo. Yo no he
hecho nada, no tienen motivos para seguirme.
- Yo te seguiría – respondió casi para si mismo.
***
Lejos de allí, en las altas montañas del reino, una joven de
cabellos plateados y vestida de blanco se hallaba perdida en medio de
la pureza de la nívea nieve. El viento soplaba a su alrededor pero
no estaba segura si se trataba de un fenómeno natural o era ella
misma quien lo provocaba.
Afortunadamente no tenía frío a pesar de sus vaporosa
indumentaria.
Miraba a su alrededor buscando algún signo que le indicara su
paradero y avanzaba dubitativa con pasos temblorosos, cuando de
repente alzó la vista y la pareció ver una silueta negra en el
horizonte.
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