domingo, 3 de abril de 2016

Capítulo 18: El frío trae el miedo

    El tiempo pasaba en el reino de Arendelle y Elsa seguía desaparecida. Para sorpresa de todos, la nieve había comenzado a derretirse en las zonas más cálidas del reino y las gentes ya podían circular por las calles con normalidad.
El sol brillaba radiante en el cielo despejado y Anna fue consciente de ello al mirar por la ventana. A ella le encantaba el sol y lo extrañaba. Aún así fue incapaz de alegrarse, pues el hecho de que volviera el buen tiempo sólo era debido a que su hermana estaba ahora más lejos de ella que nunca. Se sentía sola y miserable, sin ningún familiar conocido al que acudir, sin nadie en quien confiar... Ni siquiera en su propio marido. Dudaba si algún día sería capaz de confiar en alguien de nuevo y, aunque lo intentaba con todas sus fuerzas, no podía dejar de pensar que en algún momento, tarde o temprano, todos la traicionarían.
- <<¿En qué estaba pensando? Elsa tenía razón... Tenía razón en todo... Soy una insensata: Casarme con un hombre al que apenas conozco...>>
Se llevó las manos al vientre incipiente y de pronto sintió ganas de llorar, aunque le pareció que las lagrimas se le habían agotado hace tiempo.
- ¿Así está bien, majestad?
La voz de de la costureras la alejó de sus pensamientos. Apartó la vista de la ventana y se vio reflejada en el espejo, ataviada con un bonito vestido en tonos azules y negros con detalles morados y verdes.
- Si. Está perfecto – respondió sin ningún tipo de expresión en su voz -. Retírate por favor.
La mujer ayudó a la princesa a cambiar su vestimenta por una púnica sencilla y olgada de color magenta. Cogió el vestido en el que estaba trabajando y dejó a Anna sola en sus aposentos.
La princesa se sentó junto a la ventana, apoyó su cabeza en el cristal y cerró los ojos lentamente. Cuando los abrió al cabo de unos minutos, sintió algo extraño en la estancia y un escalofrío recorrió su columna vertebral. El sol había sido cubierto por densas nubes y hacía más frio de lo normal.
Sin saber muy bien porqué se puso en pie y avanzó hasta la puerta. Salió de la habitación, avanzó por el lúgubre pasillo sin ser dueña de sus pasos. No encontró a nadie durante todo el trayecto. El chasquido de la leña al fuego y la luz que se asomaba tímidamente tras un puerta arrimada hizo que tomara un nuevo rumbo.
Abrió la puerta y su cuerpo fue invadido por la calidez que emanaba de la chimenea. Esa era la estancia donde Hans pasaba la mayor parte del tiempo. Recorrió la habitación como si de un alma en pana se tratase, acariciando cada mueble, libro o planta que encontraba en su camino, como si toda la realidad que la rodeaba hubiera quedado ya muy atrás. De pronto, una carta con el sello roto de las Islas de Sur llamó su atención. Sin pensárselo dos veces la tomó entre sus manos y la abrió; Pero cuando quiso comenzar a leer el papel se desrizo entre sus dedos en forma de arena negra. Retrocedió, desconcertada y sorprendida, sólo para percatarse de que más arena negra caía del techo, como si de nieve se tratara. Alzó la vista, y en ese mismo momento, la estancia se derrumbó entera sobre ella enterrándola en la más completa oscuridad. Trataba de respirar, de salir de ese siniestro mar arenoso y sombrío pero, cuando por fin logró hallar la superficie se vio en medio de una blanca y terrible tempestad.
Una voz familiar la llamó por su nombre. Anna se dio la vuelta.
- Hola, hermana.
- Elsa...
Abrió los ojos de repente, sobresaltada, jadeando y sudando.
- <<Un sueño... >> - pensó para si misma respirando entre cortadamente. Cruzó los brazos sobre su pecho y frotó los brazos son las manos para tratar de entrar un poco en calor y quitarse la desagradable sensación de ese mal despertar.
Se puso en pie y salió de la habitación para después atravesar los largos pasillos hasta la sala de reuniones y operaciones dónde solía estar su marido. Llegó a la estancia, pero ésta estaba vacía y con la chimenea apagada, por lo que supo que nadie había estado ahí en todo el día.
Comenzó a recorrer la estancia, pues no tenía nada mejor que hacer. Observó las estantería llenas de libros, polvo y pergaminos. Acarició los sillones, sillas y mesas a su paso con una extraña sensación de déjà vu. Corrió las cortinas para llenar de claridad la estancia, y abrió la ventana para dejar entrar el aire.
Un fuerte soplo de viento frio sacudió el cabello y ropa de la princesa, así como las cortinas y los apeles que había sobre la gran mesa rectangular de caoba. Pero no el importó. Se quedó un rato frente a la ventana, disfrutando de ese viento que le recordaba tanto a las mañanas de invierno con su familia... si es que dichos recuerdos eran ciertos.
- <<Ojalá pudiera volar – se dijo a si misma mirando el sol en el claro horizonte -. Ojalá pudiera volar e irme lejos... dejarlo todo atrás...>>.
Por un momento sintió el impulso de saltar por la ventana e intentarlo, pero sabía perfectamente que no era posible.
Cerró la ventana y se dio la vuelta para observar el desastre que el viento había provocado: Papeles, cartas, plumas y mapas estaban desperdigados de forma aleatoria por la mesa, el suelo y los sillones. Comenzó a organizar el desorden, agachándose para recoger las hojas perdidas que descansaban en la alfombra para al menos devolverlas a la mesa. Entonces, justo sobre la manta de lana verde que cubría el sillón que tenía en frente, vio algo que hizo que le diera un vuelco el corazón y se paralizara su cuerpo.
Tragó saliva y trató de tranquilizarse sin apartar la vista de ese sobre abierto con el sello de Las Islas del Sur. <<Es sólo una coincidencia>>, se dijo mientras recordaba su extraño y abrumador sueño. Se inclinó hacia delante quedando de rodillas en el suelo y cogió la carta con dedos temblorosos. Una desagradable y fría sensación la invadía por dentro al recordar el miedo y la angustia que había sentido cuando quedó atrapada en la oscuridad de su pesadilla. Sabía que el techo del palacio no se convertiría en arena y caería sobre ella, pero podían ocurrir cosas peores y tenía un mal presentimiento.
Dudó unos instantes, pero finalmente abrió el sobre y sacó la hoja escrita de él; La desdobló y comenzó a leer, no sin sentirse un poco culpable por ello.
Su rostro perdió el poco color que le quedaba.

Estaba de nuevo en su habitación, con los ojos hinchados de llorar, la cara roja de ira y apretando la maldita carta desesperada entre sus manos. Unos pasos fuertes y apresurados se oían al otro lado de la habitación y de repente la puerta se abrió dejando ver la figura de un Kristoff jadeante.
- Anna ¿Qué ocurre? Me han dicho que necesitabas verme, que era urgente – hizo una pausa mientras observaba como la princesa le miraba cabizbaja desde la silla junto a la ventana -. Oh... lo siento. No he llamado a la puerta.
- ¡Olvídate de eso! - exclamó a punto de volver a romper a llorar -. Ven aquí.
El joven cerró la puerta tras de si y movió un reposa pies que había junto al sofá ara sentarse frente a la princesa.
- Mira esto – le dijo Anna a tiempo que le tendía la carta ya fuera del sobre.
- Es una carta.
- Leela.
- No se leer – informó ligeramente avergonzado.
- ¡Kristoff... he sido víctima de un ardid!
- Vaya... Pues no sé que es eso pero suena horrible.
- ¡Un embeleco, una treta, un engaño!
- ¡Ah! Pero, ¿de quién?
- ¡De todos! ¡Mi vida es un maldito engaño!
- ¿Tiene algo que ver con lo de tu hermana y tus recuerdos perdidos?
- No – respondió agachando la cabeza a tiempo que una lágrima tímida se deslizaba por su mejilla -. Es Hans – tomó aire y trató de tranquilizarse -. Esta carta es de uno de sus hermanos. Planeaban hacerse con Arendelle desde dentro. Hans era el único soltero de sus doce hermanos, quieren usar su compromiso conmigo para ampliar su reino. ¡Estaba todo planeado! ¡Él no me quiere! Sólo quería el trono de Elsa... y ahora que ella no está ya lo tiene. ¿Qué soy yo ahora para él?
Anna no pudo aguantar más y rompió a llorar. Kristoff se sintió impotente al verla así de nuevo, no sabía que podía hacer para mejorar su situación, al fin y al cabo él era un simple vendedor de hielo... (sin trabajo, dadas las circunstancias).
- No se que debo hacer ahora.
Kristoff no tuvo tiempo de usar la cabeza para pensar cuando las palabras ya salían por su boca.
- Bueno, el reino sigue siendo tuyo.
- Y suyo – puntualizó con un leve hilo de voz.
- Pero tú eres la heredera legítima después de tu hermana, y toda la gente del reino te apoyará a ti.
- Hans ha sacado a delante el reino durante este tiempo. Yo no he hecho nada, no tienen motivos para seguirme.
- Yo te seguiría – respondió casi para si mismo.

***

Lejos de allí, en las altas montañas del reino, una joven de cabellos plateados y vestida de blanco se hallaba perdida en medio de la pureza de la nívea nieve. El viento soplaba a su alrededor pero no estaba segura si se trataba de un fenómeno natural o era ella misma quien lo provocaba.
Afortunadamente no tenía frío a pesar de sus vaporosa indumentaria.
Miraba a su alrededor buscando algún signo que le indicara su paradero y avanzaba dubitativa con pasos temblorosos, cuando de repente alzó la vista y la pareció ver una silueta negra en el horizonte.  

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